Despertares (2ª entrega)
[Leer la primera entrega aquí]
— ¿Dónde está Alejandro? —vuelve a preguntar Carmen.
—Alejandro fue herido durante la operación. No es grave, pero no queremos que sufra el síndrome mientras está herido, de manera que lo hemos llevado a otro sitio.
— ¿Dónde estamos nosotros? —dice Ana, mirando las puerta de reojo
—Seguís en la central, en una de las estancias de los equipos de mantenimiento rutinario.
— ¿Por qué debo creerte? —le pregunto.
—Porque no tienes alternativa. Sentaos, os voy a contar algo.
Y antes de que tengamos tiempo de protestar, nos empieza a contar una historia increíble de que somos esclavos especializados de una empresa, de que cada vez que nos necesitan nos despiertan, hacemos trabajos a toda prisa y al terminar nos vuelven al éxtasis hasta la siguiente misión. De que nos sometieron a técnicas de condicionamiento y que las drogas hacen que no cuestionemos nuestra vida ni nuestros sentimientos. Nos narra que hace tiempo el mundo sufrió un gran Colapso económico que ocasionó que gran parte de la sociedad se derrumbara; los poderosos se concentraron en fortalezas y el resto de la población se vio abandonada a su suerte. Entre la población general se reclutaron especialistas para mantener las infraestructuras críticas en funcionamiento. Cuando el Colapso remitió, en algunos sitios la sociedad se había dividido en tres castas, los VIP, los trabajadores técnicos y los desposeídos. Y nosotros somos técnicos.
— ¡No puede ser! —grita Carmen.
—No pido que me creáis, es mejor que lo veáis vosotros mismos —deja una pizarra electrónica en la mesa, se levanta y nos deja solos.
La información de la pizarra es muy extensa. Contiene grabaciones de video, narraciones en forma de artículos casi técnicos, relatos de personas. Demasiada información como para que sea un montaje.
—No, no puede ser —sigue insistiendo Carmen.
—Tiene sentido, y encaja con lo que empiezo a recordar y con lo que siento —dice Ana, con una expresión que mezcla la tristeza y la rabia.
—A mí también me parece que dice la verdad.
—Maldición, ¡y a mí también! Pero me niego a creer que toda mi vida no tiene sentido —explota Carmen.
—Tengo muchos recuerdos de nosotros dos —le digo a Ana, un poco avergonzado sin saber bien por qué.
—Sí, a mí también me han vuelto muchos; parece que llevamos juntos en esto bastante tiempo.
—Yo también empiezo a acordarme de cosas, de misiones, de recibir clases, de discusiones —dice Carmen mirando al suelo.
Tras lo que nos parecen algunos días después, ya nos sentimos con fuerzas y Katia viene a buscarnos junto a dos hombres. Nos conduce por la central hasta una sala donde hay una mesa y una gran pantalla donde se ve un mapa.
—Sentaos, por favor —nos pide Katia —. En esta pantalla vemos el mapa del distrito. La zona verde es la reserva donde viven los VIP, la roja es la zona de exclusión, y la azul son las ruinas de antes del Colapso. En la zona azul podéis ver puntos naranjas donde hemos reconstruido la civilización.
— ¿Es así en todo el mundo? —pregunta Ana.
—No. Algunos países cayeron enteros, otros sobrellevaron el Colapso; hay algunos que han conseguido volver casi al mismo nivel de antes del Colapso.
—De allí vienen los equipos que usamos, ¿no? –apunto.
—Así es. De estos lugares vienen los controladores que estabais instalando.
—Siempre quise saber dónde estaba eso de Japón —murmura Ana.
—Y aquí estamos nosotros —dice Katia, apuntando al mapa —. Esta es la central a medio camino de la zona reconstruida y la zona VIP.
—Sospecho que aquí entramos nosotros –digo, después de meditar unos instantes.
— ¡Estupendo! Veo que dejar las drogas te sienta bien —exclama Katia—. Queremos que terminéis el trabajo en la central y que hagáis unos arreglitos.
— ¿Qué tipo de arreglos? —pregunta Carmen.
—Pues… que desviéis energía eléctrica a la zona reconstruida y que los VIP no se den cuenta.
—Energía… —empieza a decir Carmen.
—No tenéis energía, ¿verdad? —interrumpe Ana.
—No, no mucha. Los VIP dejaron en marcha las centrales suficientes para cubrir sus necesidades energéticas. Nosotros nos hemos arreglado con generadores eólicos reconstruidos, pero nos vendría bien una fuente permanente de energía.
— ¡Cuenta con nosotros! —dice Ana, casi gritando.
—Un momento, yo… —empieza a decir Carmen.
—Sé lo que piensas, Carmen. Crees que no te necesitamos y tienes miedo —le interrumpe Katia—. Y es cierto, no necesitamos a personal de seguridad; pero liberamos a todos los esclavos que podemos.
—Dejémonos de charla; tenemos trabajo –digo, levantándome de la silla.
En los siguientes días trabajamos siguiendo los planes originales de la misión. Katia nos explica que sin las drogas no podemos trabajar 19 horas y dormir cinco, que debemos descansar por lo menos doce horas, y de esas doce, dormir ocho. La ventana de actuación de la misión se está casi acabando y apenas hemos abordado el trabajo. Empezamos a inventarnos desperfectos y a enviar informes falsos. Nos amenazan e increpan, pero se lo creen. Al tercer día aparece un supervisor, pero conseguimos engañarle. Pregunta por Alejandro y le decimos que está inspeccionando el perímetro. Se enfada mucho y nos suelta una bronca difícil de aguantar sin las drogas. Al final se marcha, visiblemente indignado.
Cinco semanas después, y con tres semanas de retraso, hemos conseguido realizar todos los trabajos. Terminamos agotados como nunca en nuestras vidas. Tanto que en algún momento casi llego a echar de menos las drogas; pero mirar a Ana y sentir que mi corazón late más rápido siempre aleja ese pensamiento de mi mente.
Mientras tanto, un equipo de Ciudadanos disfrazados de técnicos de la empresa ha realizado a toda prisa las tareas de enlazar y reparar los tramos de líneas de energía, y finalmente ha conseguido conectar físicamente la zona reconstruida con la central. Nosotros hemos diseñado un programa que falsea los datos de la central de manera que la potencia enviada a la zona reconstruida no aparezca en ningún informe y que nadie pueda darse cuenta de nuestra trampa.
Seguimos trabajando frenéticamente en la preparación de la puesta en marcha de la central; nuestros nuevos amigos nos acompañan pues somos el último grupo de técnicos que queda trabajando. Los demás equipos de otras empresas ya se han marchado y seguramente han vuelto a las vainas de éxtasis. Sin las drogas, nos pesa la conciencia no poder salvarlos, pero no es posible sin generar alarma y que nos veamos rodeados de agentes de seguridad, o lo que es peor, de guerreros.
Katia nos sigue contando cómo después del Colapso algunas personas lucharon por reconstruir las cosas. Se juntaron y se organizaron a pesar del caos y la barbarie, y lentamente consiguieron establecer una sociedad civilizada haciéndose llamar Ciudadanos. Al principio intentaron contactar con las zonas VIP, pero fueron recibidos a tiros.
Nos relata que en ocasiones los VIP secuestran a Ciudadanos jóvenes para convertirlos en técnicos, y desde entonces existe una guerra fría entre los dos bandos. Dice que están en contacto con los Ciudadanos de otros países donde también han instaurado el mismo sistema, y que tienen ayuda de países donde consideran esto una atrocidad. Somos como niños, nos damos cuenta de que solo sabíamos trabajar y que carecíamos de habilidades sociales. Katia trae viejos libros a Ana, que lee frenéticamente en sus periodos de descanso. A mí me descarga muchísima información histórica en la pizarra. Yo también me dedico a leer constantemente. Carmen está instruyendo a algunos Ciudadanos en técnicas de protección y defensa; se siente útil y ya no está deprimida.
El grupo de Ciudadanos que comanda Katia se esconde cuando llega desde la empresa el equipo de técnicos para que pongamos en marcha la central. Vienen acompañados de un ejecutivo de la compañía; tiene el poder de decidir que alguien no vuelva a ser despertado para una misión. Antes, con las drogas de comportamiento eso nos parecía una deshonra, ahora sabemos que significa la muerte. Lo escoltan dos guerreros, Carmen está preocupada, los guerreros solo aparecen en casos muy especiales y hasta los de seguridad les temen. Ella nos explica que entre sus compañeros corre el rumor de que actúan como máquinas de matar.
Tenemos que hacer malabarismos para que nadie se dé cuenta de que ya no somos marionetas y nos cuesta seguir el ritmo de trabajo sin las drogas. Felizmente, Ana tiene la idea de que nos encerremos en la sala de control y de no dejar entrar a nadie. Nos turnamos ella y yo, uno trabaja y el otro duerme. Después de dos días interminables, la central arranca sin problemas. Al terminar la puesta en marcha, el otro equipo de técnicos se retira y nosotros nos inventamos que tenemos que afinar algunos parámetros para mejorar la eficacia.
Por los monitores de la sala de control vemos al ejecutivo hablando con el líder de los técnicos que se marchan. Advertimos aliviados cómo el vehículo empieza a rodar hacia la salida de la central; pero el ejecutivo no se sube al suyo, da media vuelta y se encamina hacia nosotros.
— ¿Qué crees que hace? —le pregunto preocupado a Ana.
—No lo sé, pero viene hacia aquí y trae a sus guardaespaldas — resopla Ana.
— ¡Maldita sea! Avisa al equipo de Katia.
—Yo me ocupo — grita Carmen, ya corriendo hacia la puerta.
—¿Dónde está el segundo guerrero? —pregunta Ana cuando vuelve a dirigir la vista hacia el monitor — Rápido, desconecta todo esto, ya están casi aquí.
Apenas me da tiempo de cambiar las pantallas de los monitores en los que seguimos las acciones del soldado, y de pasar a las pantallas de monitorización de la central. Cuando entra el ejecutivo finjo ajustar un lazo de realimentación. Nos mira con desprecio, como si fuera un insulto respirar el mismo aire que nosotros. El guerrero se queda en la puerta con expresión impasible.
—Quiero que sepan que había resuelto gestionar que no volvieran a ser despertados debido a los retrasos ocasionados, pero he decidido cambiar de idea cuando me han informado que habéis optimizado los recursos de la central. Excepcionalmente os daré otra oportunidad —suelta el discurso sin pestañear; da media vuelta y se marcha seguido por la sombra del guardaespaldas.
—Será bastardo —exclama Ana, cuando el ruido de las botas del guerrero se han dejado de oír en el pasillo.
—¿Qué es un bastardo? — pregunto intrigado.
—Algo que leí en los libros de Katia; luego te lo cuento. Asegurémonos que se va de una maldita vez. Enciende los monitores.
—Mira, van hacia el vehículo. No veo el otro guerrero.
—Allí está Carmen; ha encontrado a Katia.
Ana se pone las gafas de inmersión y el guante controlador. Empieza a gesticular rápidamente. Los monitores de la central empiezan a saltar entre aplicaciones y parecen haberse vuelto locos.
—¡Lo he encontrado! —exclama finalmente.
En el monitor principal aparece la imagen de una de las cámaras de seguridad; veo al guerrero dirigiéndose a la habitación donde están Ana y Katia.
—Si entra, las va a encontrar —dice Ana.
—Avísales. ¡Rápido! Tienen que salir de allí.
—Sus radios están desconectadas, no puedo hablar con ellas.
Salgo corriendo de la sala de control e intento no perderme por la maraña de pasillos de la central.
—La próxima puerta a la derecha, la he desbloqueado —recita la familiar voz de Ana por mi radio.
Dos atajos después llego al pasillo que da a la habitación donde todavía están Ana y Katia, hablando tranquilamente sentadas en la mesa.
Al doblar una esquina veo la espalda del guerrero. Más allá, la puerta de la habitación. Al lado de la puerta, el símbolo de los baños. El guerrero aligera el paso y entra en la habitación, se queda un instante parado mientras su casco oscila entre Carmen y Katia. Fija su mirada en Katia y dirige su mano rápidamente al arma que porta. Antes de que consiga desenfundarla se escucha una detonación y el guerrero se contuerce mientras su traje cambia de color al recibir un impacto. Una sirena de alarma de la central atruena amortiguando el sonido de los disparos que sigue haciendo Carmen. El guerrero termina cayendo pesadamente.
—Sácalas de ahí, rápido —me apremia Ana por la radio. Una tremenda estática crepita, desaparece por unos instantes y vuelvo a escuchar la voz de Ana —Estoy interfiriendo las radios. He conectado las sirenas de alarma para que nadie escuche los disparos —dice apresuradamente, y vuelvo a oír solo interferencias.
Corro hacia la puerta y empiezo a gesticular, ellas me ven y saltan sobre el guerreo caído, que se empieza mover.
—Vuelve por el pasillo y a la izquierda —instruye la radio.
—Seguidme — las apremio a las dos.
La sirena sigue taladrando nuestros oídos. Se escuchan más disparos y esta vez el sonido es distinto, no es el arma de Carmen. Una lluvia de fragmentos vuela a mi alrededor cuando un punto rojo aparece en la pared, y un instante después ésta parece explotar.
—Cruzad el puente de servicio —dice Ana. Su voz tiene el peculiar tono frío y calmado que adquiere cuando está intentando resolver un problema difícil. Consigue tranquilizarme.
El puente de servicio atraviesa la inmensa nave de la central eléctrica y en la parte inferior tiene varios mecanismos de grúas automáticas para poder realizar mantenimiento en las máquinas.
—Ahora quietos, no os mováis —insta Ana.
Estamos en mitad del puente y somos un blanco fácil. Nos paramos y el guerrero aparece. Sus botas resuenan en el entramado metálico del puente. El punto rojo baila a nuestros pies, asciende por mi cuerpo y se para en mitad de mi pecho.
Un brazo robótico se despliega a velocidad inhumana, aferra al guerrero casi con delicadeza, suspendiéndolo sobre el vacío de la inmensa nave de la central y dejándolo caer, todo en un único y fluido movimiento. Se repliega con gracia y vuelve a esconderse en el puente de servicio. La sirena finalmente se apaga. El silencio es casi doloroso. Por la radio escucho a Ana sollozar bajito. Carmen se agacha y vomita. A mí me flaquean las piernas y caigo sentado sobre el frío metal. Katia parece calmada, pero suda copiosamente y una lágrima se desliza por su mejilla.
—Accidente en el sector T45, que todo el personal disponible acuda inmediatamente. —resuena una voz sintética por la megafonía.
—Ve allí, da un rodeo para que parezca que vienes de la central —dice Ana por la radio.
—¿Qué ha pasado exactamente? —pregunta Katia.
—Creo que ese bruto necesitaba ir al baño y por casualidad acabó siguiendo las indicaciones y entró donde estábais.
—Moveos. ¡Rápido! —grita Ana en un tono que no admite discusión.
—Katia, escóndete. Carmen, baja directamente donde ha caído el guerrero, yo daré un rodeo.
Nos dispersamos. Las alarmas han dejado de sonar y desaparece la estática de la radio. Ana empieza a darme ideas de cómo intentar salir del tremendo lío que se ha montado. Cuando alcanzo el lugar donde yace el guerrero, Carmen ya ha llegado. Me mira sin decir palabra pero sus ojos lo dicen todo: muerto. A los pocos minutos aparecen el ejecutivo y el otro guerrero.
—¡Informe! —dice el ejecutivo. Intenta parecer tranquilo, pero tiene la expresión desencajada al ver lo que considera un soldado invencible allí tirado como un muñeco roto.
—Está muerto, —dice el otro guerrero — el ordenador de su traje avisó de la falta de constantes vitales, así que volvieron las comunicaciones.
—Su guardaespaldas desoyó todas las advertencias e intentó cruzar por un puente de servicio cuando la maquinaria estaba en funcionamiento; el brazo robótico lo golpeó y cayó —digo rápidamente, antes de que alguien tenga tiempo de pensar nada.
—¿Está seguro de eso? —pregunta el ejecutivo con tono indeciso.
—Sí, está todo registrado por las cámaras de seguridad.
—¿Qué ha pasado con las comunicaciones? —duda el guerrero, con cara de no estar del todo convencido.
—Es parte del protocolo de arranque de la central; por seguridad se interfieren todas las comunicaciones externas.
El guerreo se acerca e inspecciona a su compañero caído, luego parece darse por satisfecho, mira al ejecutivo y asiente ligeramente.
—Daré parte de esto a la empresa. Usted escriba un informe detallado y envíemelo lo antes posible. Pero primero, terminen de arrancar la maldita central —me dice el ejecutivo; ha recuperado la expresión de estar permanentemente enfadado con algo o alguien—. Soldado, ocúpese del inútil de su compañero —termina diciéndole al otro guerrero.
Carmen y yo nos vamos. En el camino a la sala de control le pregunto:
—¿Cómo no se ha dado cuenta que le disparaste?
—El polímero del traje absorbió los impactos y luego la memoria del material hizo que volviera a su forma original. Cuando lleguen y le hagan la autopsia verán los hematomas.
Estamos los tres en la sala de control cuando llega Katia.
—Tenemos que simular vuestras muertes —nos dice.
—¿Muertes? —consigo preguntar, a pesar del sueño, del cansancio y el nerviosismo.
—Sí, supongo que no queréis volver.
—Si volvemos, moriremos —dice Carmen.
—Nadie va a morir —nos corta Katia—, y creo que nadie quiere volver; pero si no volvéis, alguien empezará ha hacerse preguntas, y mandarán equipos aquí a investigar.
—¿Qué piensas hacer? —dice Ana.
Al día siguiente aparece el trasporte para llevarnos de vuelta. El equipo de Katia apresa al conductor y al guardia; luego empiezan a rellenar el furgón con cuerpos. Al ver nuestras expresiones Katia nos explica que son personas que han muerto naturalmente, y que nos van a sustituir. El plan es hacer pasar el furgón por la zona de minas, y que en la empresa piensen que el conductor cometió un error.
Nos marchamos de la central con los Ciudadanos. Katia nos lleva a una zona reconstruida de la ciudad y entramos en un edificio.
—De momento podéis vivir aquí; luego podréis elegir otro sitio si queréis.
— ¿Qué lugar es éste? —pregunta Carmen.
—Es donde traemos a los rescatados. Mira Carmen, este es tu sitio —y le abre la puerta—. Os vendré a buscar dentro de cuatro horas. Descansad un poco.
—Este es vuestro —nos dice. Se acerca y roza con sus labios la mejilla de Ana; luego hace lo mismo conmigo.
—Es mejor que las acomodaciones que teníamos en la central —digo al entrar y ver el cuarto.
—Sí —dice Ana; hace una larga pausa y continúa —. ¿No te parece raro que Carmen esté sola y nosotros estemos juntos?
—Pues no… —contesto, sin pensármelo mucho pues en las misiones siempre teníamos dormitorios comunes.
—Katia me ha contado que sin las drogas las personas necesitan intimidad y que solo deben estar juntas si lo desean. También me ha dicho que tú y yo debemos estar juntos por nuestros sentimientos.
— ¿Nuestros sentimientos?
—Sí, ella dice que lo normal es que las parejas que sienten lo que nosotros estén juntas. ¿A ti qué te parece? —me pregunta, y su rostro adquiere una extraña coloración rojiza.
—Yo no sé nada de sentimientos o de parejas; solo sé que no quiero separarme de ti —la abrazo, y esta vez, sin los inhibidores, sé por qué la estoy abrazando.
FIN
Una versión preliminar de este relato apareció fue publicada en Fantasymundo, el 10 de mayo de 2010.
5 comentarios
Recuerdo que lo primero que hice al tener éste relato en mi pantalla fue darle una ojeada y me sorprendió un poco su extensión;cuando comenzé a leerlo,me sorprendió lo amena que se me hizo.En ocasiones,me recordaba a pelis como «La fuga de Logan» o «La isla» (me encantan éstas dos,sobre todo la primera) pero completamente distinto y muy original; yo, influenciado por éstas pelis quise darle un aspecto retro a las ilustraciones que espero gusten y sobre todo animen a leer ésta historia (con esa idea las hice).
Disfruté de éste relato y del mundo en el que me sumergió.
Me ha parecido un buen relato. El único «pero» son detalles como la relativa facilidad con que engañan al ejecutivo…
Pero sobre todo, me ha encantado el final; la ultima frase es buena de verdad.
¡Un saludo!
Hola Pedro,
Me han encantado las ilustraciones que has hecho, creo que han captado a la perfección el espíritu del relato.
Saludos.
Me ha gustado mucho el relato.
Mi enhorabuena al escritor, sin olvidar las ilustraciones que ayudan a «poner cara» a los protagonistas 🙂
Un saludo
Ya estaba publicada esta parte y no me di cuenta jeje.
Concuerdo con la opinión de Pedro. Una vez que comienzas a leerlo ya no paras hasta el final. Las ilustraciones muy buenas y suficientes, ni más ni menos.