Los hijos de la orfandad – Capítulo 4
Los calabacines se amontonaban en el cesto de Gretel, conforme progresaba por uno de los pasillos de servicio del invernadero. Su anfitrión, un viejo modelo D-4, seguía el trayecto de la chica como un torpe cangrejo expuesto al sol por la marea baja.
—Dime, D-4, ¿por qué cuidas de un huerto? Tú no comes, eres una máquina.
—Conservar semillas. El legado biológico no debe desaparecer.
Zumbó el autómata su letanía de frases precisas, contundentes.
—Vosotros, los robots, sois gente muy rara —sentenció Gretel.
—¿Qué es robot? —lanzó al aire la vieja máquina otro ordenado acopio de sonsonetes.
—Un monstruo metálico que siempre se enamora de la chica e intenta raptarla —se mofó la muchacha.
—¿Qué es enamorar? —reprodujo D-4 con una serie de pitidos derivados de su desajustado modulador sónico.
—Es lo que sentimos Hansel y yo el uno por el otro.
—¿Qué es sentir?
—¡Oh!, ¡déjalo ya!, ¡estúpido armatoste!
Gretel arrancó el último calabacín de la última mata, en el final del pasillo.
—Con ellos haré una buena sopa —afirmó la chica.
—Debes darme uno. Conservar semillas —accionó el cangrejo de artificio una nueva serie de zumbidos, siguiendo los pasos de la joven.
—Lo siento. Estos irán todos a un puchero de agua hirviendo. Las matas producirán más flores.
—No flores. Final de temporada. El legado biológico no debe desaparecer. Debes darme uno.
La chica abandonó el invernadero desoyendo las peticiones del viejo modelo. D-4 fue tras ella repitiendo su retahíla de súplicas con aquel tono metalizado.
—Debes darme uno.
Con un rápido movimiento envolvente, el ingenio cerró el paso a la chica. Sus tres pares de patas abrieron surcos en el césped, al describir una media luna para pasar de la espalda al rostro de Gretel. D-4 aceleró la actividad de los pistones que desplazaban las cámaras de visión de sus encuadres.
—Debes darme uno.
Las pinzas del autómata aferraron con fuerza la muñeca de la chica. La cesta de calabacines cayó al suelo y Gretel chilló dolorida y asustada. Hansel acudió en su ayuda desde detrás de la caseta. Sostenía un hacha en las manos, pues había dedicado la mañana a cortar leña.
D-4 soltó a su presa y enfocó dos ojos sin brillo hacia la figura que se arrojaba sobre él, con la terrible arma empuñada. Hansel destrozó los dos ojos, así como sus otros dos gemelos de idéntico ajuste y proporción. La criatura, con la desorientación de la ceguera, rotó sobre sí misma a gran velocidad. Sus pistones seguían moviéndose, convulsos y vacíos.
El humano continuó con su descarga de hachazos sobre la máquina. D-4 basculó hacia un lado, como un gran buque que escorara tocado por un torpedo enemigo, y todo su peso, perdido el centro de gravedad, actuó como un lastre arrojado a un fondo marino. El ingenio tecnológico cayó al suelo cual electrodoméstico desechado sobre un montón de chatarra.
—¡Basta!, ¡basta! ¡Vas a matarle! —imploró Gretel.
Hansel descargó su furia sobre el cuerpo indefenso de D-4, hasta que sus patas articuladas dejaron de moverse.
—No se puede matar lo que no está vivo —argumentó el chico.
Gretel se acercó a la criatura que les había dado comida y cobijo. Con lágrimas en los ojos, aproximó su rostro a la abollada cabeza, indistinguible del torso, con el propósito de hacer entrega de uno de los calabacines que había recogido del suelo.
—Toma tu calabacín. Cógelo. El legado biológico no debe desaparecer.
1 comentario
Resulta increíble la capacidad de Serafín para crear un sentimiento de pena hacia el robot D-4, que solo quiere seguir su lógica programación y conservar las muestras biológicas. Una escena terrible.