Los hijos de la orfandad – Capítulo 5
En la pantalla, Hansel descargaba el hacha sobre el viejo modelo D-4. Su ensañamiento produjo escalofríos en todos los circuitos de M-7. Sentía la suerte del pobre autómata y una gran pena por la pareja de humanos clónicos. Por el contrario, el comisionado disfrutaba con la situación. Era su triunfo personal, su hora, su día, ese lugar en el tiempo y en el espacio en que todo necio conoce la oportunidad de inmortalizar el producto de su mente obtusa.
—El satélite de seguimiento obtuvo estas imágenes a primeras horas de la mañana. En ellas podemos ver como una de sus frágiles criaturas comete un asesinato.
El momentáneo silencio de su subordinado le regocijó.
—¿Y bien?, ¿no tiene nada que decir?
Una de las maquinitas lubricadoras del comisionado observaba a M-7 desde uno de los hombros de su dueño. El halcón de un señor feudal posado en su alcándara, pronto a levantar el vuelo para abatir a cualquier pájaro que no aceptase las reglas de la bandada.
—Ha sido un lamentable accidente. Hansel pensó que el viejo modelo iba a dañar a la chica —defendió su proyecto, su creación, su sueño.
—¿Un lamentable accidente? Usted ha creado un virus y lo ha dejado suelto sin importarle a quien pueda contaminar. En cada uno de los hachazos que su criatura prodiga a uno de los nuestros, se puede ver reflejado el odio, la ira por la pérdida de un mundo que antaño perteneció a su raza y ahora es dominio de una inteligencia que les ha suplantado, superado y relegado al olvido.
El modelo A-2 de servicio burocrático concedió una pausa a sus reproches para dedicar un mimo a su mascota, con un rápido tecleo en el dorso del artilugio. El chip de ronroneo se activó y el ingenio lubricador ejercitó sus patas-ventosa moviéndose de un hombro a otro, al tiempo que emitía suaves maullidos. Una burda copia de las vocalizaciones de un gato orgánico.
—Dígame, ¿qué excusa puede ofrecerme con respecto al hecho de haber dotado a sus monstruos de la cultura y conocimientos propios de la fenecida civilización humana? ¿Es consciente de que esos conocimientos les hacen más peligrosos y virulentos? —volvió con su envite.
—Tenía que pertrecharlos con los mecanismos necesarios para su supervivencia. La comisión me obligó a soltarlos desnudos, sin ropa de protección alguna. No podía permitir que sus mentes estuvieran tan despojadas como sus pieles.
—La Comisión Reguladora de la Vida Salvaje fue explícita en ese sentido. Sus animales serían integrados en el ecosistema sin ningún tipo de deferencia, debían adaptarse a él por sus propios medios. De ahí que no se les vistiese ni facilitase protección material o de cualquier otra índole. Pero usted es demasiado irreverente como para respetar norma alguna. Tuvo que arropar a sus tímidas criaturitas con una de las armas más mortíferas que este planeta ha conocido: la identidad humana, forjada por siglos de despotismos y restricciones morales.
En aquellos momentos, M-7 hubiera deseado tener un implante mecánico que le permitiera emanar un suspiro.
—Conoce las directrices. El asesinato del modelo D-4 ha creado alarma social. Su experimento ha sido un desastre. Sea consecuente y cumpla con lo establecido. Elimine a los dos humanos.
Cabizbajo, el subalterno abandonó el despacho del comisionado; pero, antes de que la puerta automática se cerrara, escuchó su amenaza:
—M-7, me ocuparé de que no encuentre trabajo en ninguna agencia gubernamental.
1 comentario
Muy interesante la noción de asesinato cometida contra una máquina pensante. ¿Puede haber comparación a cuando un animal salvaje ataca a un humano? No dudamos que dicho animal ha actuado por instinto. Pero en el caso de tu relato, en el cual los robots saben que los seres orgánicos tienen inteligencia, la situación se complica. Otra gran ilustración de Alvaro. A ver qué les aguarda a los pobres Hansel y Grettel.