Los hijos de la orfandad – Último capítulo
Hansel arrojó un leño más a la fogata y avivó las llamas con un compresor de aire, uno de los objetos personales de D-4. Las hambrientas lenguas de fuego ganaron fulgor y altura. Los dos huérfanos habían practicado un tosco agujero en el techo de la caseta, propiedad de su anfitrión. El humo huía por una dentellada de lobo arisco, al encuentro de la atmósfera límpida y fría del exterior.
—No estés triste Gretel. Sólo era una máquina estúpida, vieja y obsoleta.
Gretel, sentada junto a la lumbre, con las rodillas flexionadas hacia el techo, acurrucó su cabeza sobre éstas en un intento por relajarse y combatir la penosa imagen que se escenificaba en su cerebro desde aquella mañana: el cuerpo ferroso de D-4 abatido en el suelo, moviendo sus patas articuladas en un baile de estertores, en un perfecto sucedáneo de agonía orgánica.
—Son seres vivos, seres pensantes y sensibles —dijo la chica.
—Son máquinas —repitió Hansel, obstinado.
—¿Y acaso no somos nosotros simples mecanismos biológicos de elaborada factura?
—Nosotros somos especiales. Estamos tocados por un hálito divino —aseveró el chico.
—¡Por favor, Hansel!, ¡mira a tu alrededor! Estamos en un mundo que no nos pertenece. Nuestra especie se extinguió hace siglos. Ellos, las máquinas, como tú las llamas, han tenido la cortesía de restaurarnos. Somos sólo un par de invitados.
Restaurar. La palabra volvió a la mente de Gretel con la furia avasalladora de una revelación. Se veía a sí misma prisionera de los reducidos límites de un cuadro. Un bodegón, una naturaleza muerta descolorida, de trazos imprecisos, desgastados por el escalpelo vandálico del tiempo. Su existencia era el producto de un sueño aberrante, una incongruencia que se arrastraba por un mundo ajeno.
—Nuestros antepasados se engañaron a sí mismos durante milenios, crearon credos y convicciones morales con el propósito de afianzar el sacro-santo ideario de la cualidad especial del espíritu humano. Vano intento, pues un puñado de algoritmos generados por los descendientes de arcaicos ordenadores personales, han demostrado que las conexiones neuronales del cerebro humano pueden ser substituidas y mejoradas. Ya no somos los reyes de la creación. En realidad, nunca lo fuimos.
Un ruido en el exterior advirtió a la pareja de la llegada de un extraño. Hansel se levantó de su rincón junto al fuego, observó a hurtadillas por una ventana las cercanías de la caseta, y anunció a su compañera:
—M-7 está en la linde del bosque y viene hacia aquí.
Gretel comprendió a qué había venido su “creador”, pero no sintió temor alguno.
EPÍLOGO
Años después del fracasado proyecto de reintroducción del homo sapiens sapiens, M-7 malvive en el Mar de la Tranquilidad como operario de una estación de recogida de minerales. Durante las horas libres, dirige sus visores hacia la Tierra. Desde la Luna, pueden verse los restos de algunas de las ciudades de la desaparecida civilización humana, sus carreteras, las consecuencias de colosales obras de ingeniería sobre el paisaje. Huellas indelebles en la corteza de un planeta explotado más allá de lo recomendable.
En esos momentos de añoranza, M-7 extrae de su compartimento de almacenaje, situado por encima del rotor de la cadera izquierda, su tesoro más preciado. Abre un estuche y retira una probeta encerrada en él, protegida por un material esponjoso. Afina sus visores a la potencia requerida y contempla las células enclaustradas que dan cuerpo a un pequeño mundo rebosante de intencionalidad, de una prometedora y balbuceante obstinación de vida que algún día, cuando todo se olvide, podría eclosionar. El óvulo fecundado de Gretel es hermoso, una esfera perfecta color sangre.
El antiguo funcionario de la Comisión Reguladora de la Vida Salvaje, anuló su programa emocional para cumplir con la directriz de eliminación. Necesitaba ser frío e insensible para cometer el doble asesinato. Desde entonces, no ha vuelto a usar programa emocional alguno. Pero, aún así, la desolación le corroe y un enigma le asalta todos los días. ¿Por qué sigue entristeciéndole la muerte de sus dos criaturas? ¿Por qué la visión del óvulo de Gretel despierta en él sensaciones de esperanza y de sosiego?
2 comentarios
Muy buen final, Serafín. Es muy triste que los chicos terminen así, pero creas una gran sensación de esperanza con los planes de M-7. Resulta curioso cómo planteas que la condición humana puede ser reproducida y mejorada, tomando forma en las máquinas como M-7, y que al final el propio robot empiece a tener sentimientos nacidos de algo ajeno a su programación mecánica, lo cual es algo así como una vuelta atrás. O la confirmación de que en realidad los humanos sí que tienen algo especial más allá de la pura biología natural y que el robot ha alcanzado dicha condición.
Un relato muy interesante y del que me gustaría hacer notar algo que siempre me llama la atención: la elucubración final de Gretel está expresada en un lenguaje muy elaborado (el tuyo propio, Serafín) que parece fuera de la capacidad de expresión de la chica. Es un hecho muy común que siempre he notado en la literatura. ¿Lo habías pensado?
Gran relato con grandiosas ilustraciones de Àlvaro Calvo que me ha intrigado hasta el final. ¡Felicitaciones!
Muy buena observación acerca del discurso de la chica, Allmanzor. Claro que lo pensé, debería haber expresado esas mismas ideas en otro lenguaje. Sin duda, eso resta credibilidad al cuento.