Colapso – Capítulo 15

15 – MIYAKO Y AKIRA

colapso15

Miyako está pensando en dar un paseo por el parque. En aprovechar un día soleado y tranquilo para disfrutar del tiempo libre junto a Akira, tumbarse en la hierba, observar el cielo, las nubes, los pájaros, perder el tiempo, hacer planes, dejarse llevar por la ilusión de ir cumpliendo poco a poco las metas que se ha ido poniendo en el transcurso de su vida.
¿Qué planes?
Porque no hay parque, no se puede pasear porque todo está anegado, el sol no sale desde hace semanas, no hay pájaros, no hay nubes, o al menos, no las nubes que a ella le gustaba observar.
Y tampoco está Akira.
Miyako está sola en su apartamento. Su minúsculo apartamento. Una habitación, un baño y una pequeña sala de estar con ventana con vistas al otro lado de la calle. Su minúsculo y ahora oscuro apartamento. El precio de vivir en el centro de la ciudad. Y tuvo suerte. Pudo adquirir el apartamento antes de que los precios se dispararan. Miyako siempre se ha preguntado el por qué de la escalada de precios de la vivienda. La población no crece. Hay las mismas personas que había al principio de todo. Dicen que es el flujo de habitantes de las afueras al centro. Dicen que es el negocio de la inversión inmobiliaria. Pero la realidad es que el número de habitantes es el mismo cada año.
La inundación de esta noche le impide poder salir a la calle, porque el agua llega hasta el tercer piso del edificio. Ha intentado localizar a Akira pero ha sido imposible. Las comunicaciones están inutilizadas. Se habla de que ha habido muertos, aunque son tan sólo suposiciones, ya que no puede haber muertos.
-Somos inmortales –se dice a sí misma. La forma en la que se habla a sí misma es la forma en la que alguien pronuncia unas palabras en voz alta con el fin de verificar el nivel de reverberación de una estancia, o la forma en la que alguien habla para comprobar si hay alguien más.
Tan sólo malas noticias.
La empresa ha cesado la actividad. No tiene que ir a trabajar porque la empresa sencillamente ya no existe. Al parecer todo era demasiado frágil, tan frágil que tan solo ha hecho falta un problema de liquidez para que prácticamente todas las empresas de servicios de realidad hayan ido a la bancarrota, incluida la empresa para la que ella trabaja, una de las principales ramificaciones de ARK.
-Éramos inmortales –vuelve a decirse a sí misma.
Esta vez, la forma en la que Miyako se habla a sí misma es la forma en la que alguien habla en voz alta cuando ya sabe qué reverberación hay en una estancia o la forma en la que alguien habla cuando se está seguro de que no hay nadie más y por lo tanto no hay nadie que pueda escuchar.
Asomada por la ventana, Miyako puede observar cómo hay gente que puede transitar por la ciudad mediante embarcaciones, algunas de ellas construidas con objetos que parecen haber estado guardados en algún trastero durante períodos de tiempo tan largos, que las palabras para designarlos han desaparecido del lenguaje hace décadas.
Pero hay una embarcación que se acerca, que no pertenece a esa clase de embarcaciones, sino que se trata de un barco de verdad. Y puede divisar cómo en la proa hay alguien con el cabello de un color que le indica que sólo puede ser una persona.
Akira está en el barco.
Puede apreciar que lleva puesta una mascarilla en la boca, una de esas mascarillas que se ponían los médicos en un quirófano de operaciones quirúrgicas. ¿De dónde ha sacado un objeto que en este mundo no existe?
Akira es un hombre de recursos. A veces piensa que Akira es una especie de mago, capaz en cualquier momento de sacar un conejo de la chistera, o desaparecer de repente, o aparecer en un barco con una mascarilla puesta en la boca.
Los poderes de Akira.
-¿Has notado alguna cosa en tu piel? –dice Akira cuando todavía está a varios metros de la ventana a través de la que Miyako está asomada.
Miyako dice que no con la cabeza.
-La contaminación del aire se adhiere a la piel.
Akira ha tardado demasiado tiempo en encontrar a Miyako y teme que lo que él ya sabe que es una enfermedad haya afectado a su novia.
-Mirate bien, quítate la ropa –ahora Akira ya está dentro del apartamento, acaba de entrar saltando a través de la ventana. Sin esperar respuesta, le quita el jersey que Miyako lleva puesto, quedando su torso de piel extremadamente blanca desnudo.
Akira señala con el dedo a la parte del torso en el que acaba el cuello de Miyako, que todavía se siente algo aturdida y en cierto modo avegonzada por estar enseñando su cuerpo en un momento que no es de intimidad sensual.
-Mírate al espejo.
Hay un solo espejo en la habitación, detrás de ellos. Miyako da media vuelta y se acerca con pasos pequeños. La forma en la que Miyako se acerca al espejo es la forma en la que la protagonista femenina de una ficción de terror no participativa se acerca a una puerta detrás de la cual hay unas escaleras que conducen a un sótano, en el que casi con toda seguridad le espera algún ser sobrenatural que no tiene buenas intenciones para con el género humano.
Miyako observa una diminuta mancha de color negro en el punto en el que acaba su cuello y empieza su pecho, lo que se conoce como esternón. Frota la mancha con sus dedos como si fuera suciedad que se pudiera limpiar.
Pero no se puede limpiar.
Miyako, sin embargo sí que sabe identificar lo que tiene adherido a su piel.
-También está suspendido en el aire. Lo estamos respirando, así que también debe estar por dentro.
Akira se quita la mascarilla y extiende su mano para dársela a Miyako.
-Ponte esto, quizá se pueda curar. De momento es todo lo que puedo hacer.
Miyako sabe que existe la palabra ‘curar’ y la entiende, pero también sabe que no se puede curar nada porque nadie se pone enfermo.
-¿Seguimos siendo inmortales?
Akira observa cómo su novia se coloca la mascarilla y él se saca otra del bolsillo.
-Probablemente, no.
Miyako piensa que hasta hace unos días, la vida había sido una especie de juego. Un juego que algunos compraron. Jugar a ser inmortal, jugar a vivir sin preocupaciones, jugar en un mundo prefabricado al gusto del consumidor, un bucle de diversión y autocomplacencia. Un juego que a otros se les otorgó a cambio de horas de trabajo y de la obligación de depositar el sueldo en un sistema de pensiones con garantías de ahorro y rentabilidad, pero que en realidad nunca se llega a disfrutar. Ese es el otro juego de este mundo. Un juego en el que tan sólo unos pocos juegan. O mejor dicho, tan sólo unos pocos han jugado. El juego se ha acabado. No va más.
Todo eso ahora se derrumba. Como si alguien hubiera colocado explosivos en los cimientos del sistema y ahora tan sólo quedara esperar la detonación.
La sensación que tiene ahora Miyako es la sensación de indefensión de una niña en medio de un tiroteo, la sensación de que en cualquier momento le puede alcanzar una bala y que todo se puede acabar en una centésima de segundo.
-¿Cuál es el siguiente paso?
-Abrir bien los ojos e intentar evitar el contacto con el aire.
-Eso es imposible –dice Miyako.
-Eso retrasará el proceso. Me imagino. Estoy buscando una solución, pero me está costando.
Los poderes de Akira.
Miyako no acaba de asimilar que podría tener una enfermedad y que podría no tener cura.
Todo se derrumba. Alguien va a activar la detonación de un momento a otro.
-¿Qué es lo que me está ocurriendo, Akira?
A Akira, de todas formas, nunca se le ha dado muy bien dar malas noticias, siempre intenta suavizar el tono y las palabras para no ofender ni hacer que nadie se sienta mal, aunque eso distorsione la realidad.
-Es algo para lo que no creo que exista una palabra que lo pueda designar. Y se está extendiendo rápidamente. Nos tenemos que ir. Ponte ropa que cubra todo tu cuerpo.
Miyako entra en la habitación y en unos segundos se ha vestido con ropa totalmente diferente, pantalones largos, botas altas y un jersey de manga larga que tapa totalmente su cuello. Todo de color negro. También ha cogido una gorra de color negro que lleva en su mano.
Akira coge la gorra de su mano y la tira al suelo.
-Parece ser que en el pelo no se puede pegar, así que no hace falta que te pongas nada en la cabeza.
Akira coge de la mano a Miyako y ambos saltan a la borda del barco, que vuelve a estar mojada por la lluvia que empieza a caer de nuevo sobre la ciudad.
Akira pone en marcha el motor del barco. Con un pequeño movimiento del timón, hace girar la proa para dirigirse a través del canal, que antes había sido una calle, fuera de la ciudad.

3 comentarios

  1. En este punto me vienen nuevas dudas: ¿Habrá alguien en el mundo real todavía? ¿Alguien que no haya sufrido el volcado? ¿Si el mundo está condenado, existe alguna forma (por inverosímil que sea) de volver a ser seres vivos normales? ¡Estoy en ascuas por ver a dónde conduce la historia! Preciosa la imagen del barco navegando entre los edificios.

  2. Hola Allman, la verdad es que no te puedo ayudar con esas dudas, pero sí, la historia de Jaime se conduce por derroteros inescrutables XD