Author Archives: Alex

  1. Historias de la galaxia 4. Romance.

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    Historiasgalaxia4El espacio estaba en calma,

    llegó una flota de naves,

    bien tomó posición otra,

    dio comienzo el combate.

     

    ¿Serán las tropas de Târtek

    las que a los terrestres paren?

    Eso meditan los sabios,

    esa pregunta se hacen.

     

    El Imperio está disperso,

    en la guerra todo vale,

    los de Târtek son muy bravos,

    quién sabe, puede que ganen.

     

    Una explosión llena el cielo,

    después rasgado con láser,

    mas una nave de la Unión

    todos los rayos evade.

     

    Toda defensa ella esquiva,

    un destello color jade,

    poniendo al Imperio en riesgo,

    encomendada a su madre.

     

    Un rayo alcanza al piloto,

    mas su corazón aún late,

    y con su último aliento

    se transforma en kamikaze.

     

    Aunque está bien muerto

    y en el frío espacio yace,

    ha inclinado la balanza,

    y eso es lo que vale.

     

    Ahora las naves de la Unión

    bravas al ataque parten,

    con recuperadas fuerzas

    terribles estragos hacen.

     

    El Imperio contraataca,

    mas es demasiado tarde,

    en el frío y vasto vacío

    granate flota la sangre.

     

     

     

    Los terrestres ahora huyen,

    los juzgarán en su base,

    pues el Imperio es muy cruel

    y no perdona al cobarde.

     

    La Unión hoy es dichosa;

    aunque sus heridas lame,

    la batalla está ganada:

    ha sido un día grande.

  2. Abducciones

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    Abduciones_150

          En un principio era el diablo quien venía junto a mi cama y se sentaba sobre mi pecho, con objeto de impedirme respirar mientras clavaba en mí sus ojos malignos. Infundiéndome gran terror y consternación, lo hacía dos o tres noches por semana. Conforme crecí, cambié mis hábitos de lectura; pasé del género fantástico y de terror a la ciencia-ficción. Entonces, con la misma regularidad con la que el diablo acudiera a mi cama, empecé a ser abducido. Un equipo médico de hombrecillos grises, nunca inferior a tres, me inmovilizaba en la cama mediante extraños poderes; mientras uno de ellos me aplicaba un electrodo en el recto acompañado de pequeñas descargas. Querían obtener mi semen para inseminar a las salvajes amazonas de Omega 3, que, como todo el mundo sabe, odian a los machos y están abocadas a la extinción de no mediar la tecnología y las buenas intenciones de los hombrecillos grises.
    Como quiera que la mayor parte de las noches el electrodo no funciona, una enfermera gris (prefiero pensar que es una hembra aunque no tengo modo de saberlo) me hace una paja con sus manos enguantadas. Harto de tanta exploración rectal intergaláctica acudí a mi médico de cabecera para que me dirigiera a un especialista (un médico forense imagino) mediante el cual elaborar un informe de violación. Primer requisito para cursar la denuncia que pretendía presentar en comisaría. Cual fue mi sorpresa cuando el médico me habló de algo llamado “parálisis del sueño”, una incapacidad transitoria para realizar cualquier tipo de movimiento voluntario que tiene lugar durante el periodo de transición entre el estado de sueño y el de vigilia y que según él yo sufría.
    Despaché al matasanos con cajas destempladas. El hecho de que pusiera en duda mis percepciones, más aún, las negara, hizo que me sintiera muy ofendido. Y aunque la lógica nos dicte que, ante dos teorías contrincantes, la posibilidad de errar es menor cuando se escoge la menos descabellada, prefiero creer en mis propios sentidos. Además, olvidé mencionar que soy norteamericano y uno de cada cien de nosotros cree haber sido abducido varias veces a lo largo de su vida. Así que, mal que le pese al doctor y a algún que otro escéptico, preservaré mi semen para las agresivas amazonas de Omega 3.

  3. Cuadrante mortal

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    Cuadrante mortal_v2

    El capitán de Ango realizaba la guardia de rutina, para recoger información extraordinaria en el desarrollo del vuelo; cuando en el cuadrante P-3l, precisamente por donde se desplaza la nave, aparecen millones de puntos brillantes. La comunicación del Centro de Vuelos Espaciales llegó al instante y fue escuchada a través del sistema de audio interno por todos los tripulantes: “Explotó una súper-nova oscura y sus partículas grandes y medianas se mueven dentro del cuadrante P-3l, no sabemos qué las atrae, pero es innegable el peligro al que están expuestas todas las naves ubicadas en estos momentos dentro del mismo. La solución queda en sus manos, actúen con cordura y sobre todo, control. Suerte.”

    Para la urgente reunión fueron convocados seis tripulantes que se encontraban en el proceso de relajación temporal de la mente hacía quince horas.

    Cada uno, desde su lugar operativo, emitía criterios hasta que la voz del capitán logró imponerse:

    —La cordura es imprescindible, organizar nuestro trabajo nos ayudará en esta situación. Lo primero, según lo establecido por las normas interestelares de vuelos, es verificar el combustible —decía esto mientras tecleaba en el computador, donde poco a poco aparecían los nombres de los tripulantes encargados del control del copatenol—, el último que realizó la medición nos podrá informar….

    —¡Capitán!, la situación no nos permite regirnos por las normas interestelares de vuelos. Dentro de, quizás una hora, nos habrán impactado cuerpos celestes de los que no sabemos ni siquiera sus dimensiones.

    —Les vuelvo a pedir ecuanimidad, nuestro sistemático método de control nos ayudará, la lista nos muestra que el último en revisar el copatenol, fue el tripulante número catorce. ¡Informe!

    —Éste se encuentra en el proceso de relajación mental —refutó el director de los mecánicos de energía.

    En la pantalla general de la nave se reflejó nuevamente el cuadrante P-3l, y se veían más grandes y claros los meteoros que se acercaban.

    —Iniciaremos nuevamente el proceso para la información —respondió el capitán, comenzando a teclear otra vez.

    El murmullo se escuchaba de manera general, todos manifestaban por su intercomunicador con el responsable del viaje, la inconformidad con su desición.

    —Entiendan lo que digo —trataba el capitán de mantenerlos en sus puestos.

    Sin embargo algunos ya pensaban dirigirse a la cabina central para conversar directamente con el jefe de la expedición.

    —Tripulante número veinte, a usted le corresponde, informe sobre el combustible —el absoluto silencio permitió a todos escuchar que el volumen del copatenol ofrecía la posibilidad de un salto de velocidad para, en tres minutos, encontrarse fuera del cuadrante cósmico, pero tenía que ser realizado por un piloto de experiencia.

    —Es necesario precisar cuál fue el último de los pilotos que maniobró directamente Ango y determinar si el siguiente posee las capacidades requeridas —y diciendo esto el capitán colocaba nuevamente la lista de pilotos en la pantalla central, por el orden de ejercicio. Al tiempo que ya se pudieron ver cuerpos celestes muy cerca.

    —Yo pilotaré la nave —solicitó sin titubeos el más experimentado de los pilotos.

    —El orden de pilotos está orientado en las normas de vuelo y no podemos violarlo —fue la respuesta— a usted no le corresponde.

    De nuevo el murmullo y los comentarios: ¿cómo estando todos en peligro de muerte, ese hombre insiste tan rígidamente en aquellas normas y controles?

    Yo fui el primero en conocer la respuesta a esa pregunta.

    Al observar la inmensa cantidad de partículas espaciales que se nos aproximaban, pude darme cuenta que solo había una solución, y mientras todos, desde sus cabinas, intercambiaban criterios, me dirigí al área de pilotaje; tenía que pasar frente al capitán, pero él no podría impedírmelo.

    Al verme se descontroló un poco e intentó decirme que no era mi turno, pero la sorpresa fue tan inesperada que los circuitos de su cerebro se interpolaron drásticamente y entonces me enteré que nuestras vidas habían estado todo el tiempo en manos de un robot para Control y Organización de viajes interestelares. Así pude leer en la etiqueta de su cuello mientras nos alejábamos del letal cuadrante.

  4. Orgasmo cero

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    Orgasmo_Cero

     

    Aquí reposo, encallada en el espacio,
    en un faro olvidado entre constelaciones,
    en un faro que guiña invisibles señales,
    pulsos radiales que arroja al vacío.
    Aquí reposo, prisionera, en el espacio,
    en este mágico océano sin superficie
    que es todo profundidad y es todo abismo.
    Reposo, en fin, en este faro,
    en este monolito de hierros que me aloja,
    sin gravedad, ni sol, ni estaciones,
    sin mañanas o tardes, tan sólo noches.
    Cumplo así mi aciaga condena y espero,
    joven y enjuta convicta en mi faro,
    condenada a servir de solitaria custodia
    a las ciegas luces que guían
    en un mar de vacío a navegantes,
    náufragos y marinos del cosmos;
    tan escasos por estas costas
    como escasas mis esperanzas de compañía.

    Despierto y viene a mí la memoria,
    me alcanzan en mi faro los recuerdos.
    Sola en mi faro adormecido,
    sola en las calladas aguas de este universo
    solitario y deslucido.
    En la gravedad inconcebible
    despierto y descubro
    lo que en sueños he olvidado:
    que a mi lado ningún hombre ha dormido
    y que en mi hombro hace años no hay labios
    que olviden un beso descuidado.

    Pues la soledad del espacio es infinita
    como infinitas y solitarias sus estrellas
    que impregnan de sonrisas incandescentes
    mi recámara oscura;
    donde vienen a colarse sus fuegos,
    sus luces soñolientas, las mismas
    que en otros tiempos reverberaran
    a través de otros ojos y de otras pupilas,
    y que disparadas desde mundos ignotos hoy se adentran
    penetrando en mi soledad al decantarse
    sobre mi cuerpo liviano y recluido;
    sostenido en éste, mi inerte recinto
    por los mágicos hilos invisibles
    de una gravedad inexistente.

    Mi cuerpo se revela en la clausura.
    El vértigo de la ausencia escalando
    la carne tiesa, mis dedos erectos,
    los muslos dilatados por la presión ausente,
    mis pechos erizados y erguidos
    eternamente en la gravedad abandónica,
    que todo lo alza y lo sostiene.
    Los labios se inflaman, la sal de mi lengua
    se escapa en partículas diminutas.
    Me deja con su tibia caricia,
    mudándose en vapores calientes que avanzan
    por mi recámara solitaria.

    Y cuando toco en el recuerdo mi pasado,
    mis hombres, firmes y endurecidos,
    mis amantes dulces como el nácar y punzantes
    como los dientes del azufre,
    sus pieles multicolores contra la mía;
    entonces mis labios se humedecen
    aceitados con el roce propio de mi carne:
    son gotas de rocío que no fluyen
    sino resbalan huidizas y ascienden
    como perlas en el aire, como burbujas
    que un sábalo vesubial e inquieto
    sopla con insistencia hacia la superficie.

    Y es entonces cuando toco en el recuerdo
    de mis largos años de condena las dos solas,
    únicas e irrepetibles ocasiones,
    las únicas visitas que honraron
    mi carne asediada de fantasmas
    en este faro desconsolado,
    y que dieron menguada tregua a mis yemas
    cansadas e insatisfechas.

    Fue un viejo ermitaño el primero,
    rústico cartonero del espacio.
    Un hombre senil y descompuesto
    que apenas erguido se mantenía.
    Ni su abandono o sus edades entalladas
    en un rostro desdentado y macilento
    marcado de grietas irreductibles,
    ni la encarnada suciedad de sus manos
    ni la flacidez de su gruesa entraña
    pudieron apartar de él mi boca demudada,
    viciosa y añorante.

    Fue Apolo transfigurado
    aquel anciano decrépito y demente,
    y yo su princesa niña
    bañada por la flecha envenenada
    y sangrienta del dios padre.

    Fue en cinco años aquella mi única compañía.
    Y hubieron de morirse otros cinco hasta la siguiente:
    una nave pirata, tosca y fugitiva,
    una tropa de insanos que hicieron
    de mi faro y su dueña su trofeo
    mientras duraba su estadía.
    A todos conocí, a todos me sometí,
    por todos fui abusada, o eso les mentía,
    que en silencio era yo quien me atoraba
    de tanta carne como no habría de ver
    durante largas y tristes cosechas.
    Y en silencio era yo quien amaba,
    con cada poro de mi ser
    aquellas manos gruesas y curtidas,
    aquellos toscos lamidos sin destreza,
    aquellos miembros inflamados como estrellas,
    tormentosas supernovas de carne y espuma.
    Y fui yo quien tornara, sin ayuda,
    de víctima fingida en entregada prostituta;
    ni última ni primera en este cosmos decadente,
    infecto de humanidad e impudicia.

    Hoy que la soledad vuelve a ser mi compañía,
    hoy que mis dedos llagados vuelven a adentrarse
    en mi intimidad abierta,
    hoy que sus yemas tibias son, una vez más,
    mi angustia y mi alegría,
    hoy me entrego a este silencio, a este vacío inconmensurable,
    y revivo con rigor, con la mayor precisión
    de que es capaz mi trabajosa memoria,
    el pasado distante y luminoso,
    tan desleído e inasible como las vastas constelaciones
    que rehuyen mi presencia en este cielo ingrato,
    en este espacio desapegado y sin amigos
    donde las galaxias todas se alejan
    dejando ociosas a su paso trazos rojos,
    como deja el caracol su sendero
    de humores pútridos y fríos,
    o como el rastro sanguinario de la virgen
    que entregada al minotauro y ya vejada
    en todas sus cavidades ofrecidas
    a la carne hervida y lacerante,
    se escapa tras la afrenta, arrepentida
    con los muslos rojos e inflamados
    y el vientre bendecido.

    ¡Ah, quién pudiera ser Ariadna de Creta!
    Sobando de la hombría del toro por la noches
    a espaldas de su padre,
    llorando con lágrimas confusas la muerte
    de su hermano incestuoso y colosal,
    muerte infringida por un hombre
    pequeño e insignificante, sin mayor hombría
    que una espada de bronce y de diamante.

    Es que todos los sementales se mueren,
    todos los hombres nos abandonan,
    los minotauros desaparecen y en nuestras noches
    plagadas de sed y de fantasmas
    sólo quedan las estrellas, eternas e impasibles.
    Aquí me quedo yo, abandonada,
    mi faro gimiendo en lo oscuro,
    llorando su lumbre de ardor y desesperanza
    hasta el ocaso de los tiempos,
    hasta el fin de la memoria,
    hasta que un día me olvide de mi cuerpo.

     

  5. Colapso – Capítulo 16

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    16 – AKIRA Y EL SEÑOR SOLANKI

    colapso16

    Akira tiene delante al señor Solanki. El señor Solanki está sentado en una silla sin respaldo. Entre Akira y el señor Solanki hay un piano de cola.
    En los últimos días Akira tiene que esforzarse en reconstruir su memoria reciente. Está bastante seguro de que esa es la manera en la que su ser se defiende de la enfermedad que está matando a la gente a su alrededor. Intenta recordar cómo ha llegado hasta aquí.
    Sabe que navegaba en el barco de Trent. Sabe que Trent debe estar muerto, por el número de días que han pasado desde que le vio por última vez. Sabe que en el barco está Miyako. Sabe que Miyako está enferma porque tiene la piel de todo su cuerpo cubierta de esa especie de esporas que se adhieren sin piedad y acaban con la existencia de las personas. Pero eso no es memoria muy reciente.
    Y entonces, con mucho esfuerzo, empieza a recordar lo que ha sucedido en los últimos minutos. Recuerda que ha tenido que apartar varios cadáveres que flotaban en el agua. Recuerda que ha mirado a Miyako y ha encontrado cierta analogía entre la forma en que las cuencas de los ojos de su novia se han hecho más profundas, y la forma en que las cuencas de los ojos de los cadáveres que había flotando en el agua se han hecho profundas hasta prácticamente dar al rostro un aspecto de calavera con piel.
    Recuerda que mientras pensaba en eso, ha empezado a escuchar una música que le resultaba muy familiar. Recuerda que ha reconocido la melodía que escuchaba como La Canción de Sally, saliendo de las teclas de un piano.
    La Canción de Sally.

    Siento que hay algo que trae el viento
    Que parece una tragedia a punto de ocurrir
    Y pienso  que quiero estar con él,
    Y no puedo quitármelo de la cabeza

    Recordaba la letra de la canción, aunque tan sólo oía la melodía de la canción interpretada por el piano. Tampoco eso era memoria muy reciente.
    Akira recuerda que en ese momento recordaba que aquella canción siempre le había emocionado. Akira amaba la música, pero había muy pocas canciones que le emocionaban. La Canción de Sally era especial, es especial para él.
    Hubo una época en su vida en la que se interesó por la manera en la que el sonido podía afectar al cerebro humano. Y la música. Se dedicó durante un tiempo al estudio de los ritmos de los impulsos eléctricos que ocurrían en el cerebro. Y también se dedicó durante un tiempo al estudio de la música. Siempre pensó que existía alguna conexión entre los ritmos musicales y los mentales. Incluso había leído algo sobre una melodía ideal que se adaptaba perfectamente a los ritmos eléctricos del cerebro, como una llave que podía abrir una cerradura. De manera que las ondas del sonido de la melodía y las vibraciones eléctricas del cerebro podían llegar a una sintonía tal que hiciera que la mente de una persona pudiera funcionar de una manera diferente. Aquella melodía ideal podía abrir la cerradura. Nunca acabó de averiguarlo. Uno de esos proyectos que en su vida se quedaron a medias. Le hubiera gustado construir con sus manos un aparato capaz de sintetizar el sonido y las escalas musicales para poder abrir el cerebro de las personas y contribuir a la evolución de la mente humana. Uno de aquellos artilugios de antes de la era digital con circuitería física y osciladores y filtros e incluso teclas blancas y negras.
    Siempre ha pensado que la melodía ideal que podía conseguir abrir su propia mente era la Canción de Sally.
    Akira recuerda que ha podido localizar de dónde venía el sonido del piano. El ático de un edificio en el que alguna vez se había reunido con el señor Solanki. Recuerda que ha podido amarrar el barco junto al edificio, y con lágrimas en los ojos, ha subido las escaleras hasta el último piso. Recuerda que todo el edificio estaba completamente desierto, sin vida, sin personas, ni siquiera ocupantes ilegales de propiedades que en las últimas semanas han proliferado y a los que incluso él se ha unido, ya que el apartamento en el que vivía quedó inundado por las lluvias. Recuerda que ha dirigido sus pasos por la última planta del edificio siguiendo el sonido de la melodía de La Canción de Sally, y que finalmente ha encontrado al señor Solanki sentado entre un piano de cola y unos enormes ventanales desde los que tan sólo pueden verse las terrazas de los edificios más altos de la ciudad emergiendo en un océano negruzco bajo unas nubes grises que no hacen presagiar nada bueno. Y recuerda que tan pronto le ha visto, el señor Solanki ha dejado de tocar el piano.
    -Puede continuar usted, me gusta esa canción.
    El señor Solanki hoy presenta un aspecto diferente en la forma en la que viste. La forma en la que el señor Solanki se ha vestido hoy es la forma en la que se vestiría alguien que está a punto de iniciar un viaje.
    Su peinado, sin embargo, es impecable como siempre.
    La sala en la que se encuentran Akira y el señor Solanki está totalmente vacía. Tan sólo está el piano, la silla, y ellos dos. El hecho de que la estancia esté totalmente vacía hace que la voz de Akira tenga una reverberación que podría llegar a la categoría de eco, dadas las dimensiones de la habitación. Akira mira a través de los ventanales para observar el cielo. El señor Solanki se gira para hacer lo mismo.
    Señalando hace los ventanales con su cabeza, el señor Solanki dice:
    -Eso es lo que habéis comprado. Un océano sucio que se está empezando a llenar de cadáveres. Deberíais pedir que os devuelvan el dinero.
    La ironía del señor Solanki siempre ha irritado un poco a Akira. Por eso en esta ocasión, al irónico consejo del señor Solanki ha seguido una expresión facial de desaprobación de Akira, que significa lo mismo que si le hubiera dicho que él no ha comprado nada. El señor Solanki comprende el estado de ánimo de Akira por su cara de desaprobación y por las lágrimas que todavía hay en su rostro. Por eso decide ir directamente a las razones por las que ha provocado este nuevo encuentro.
    -Los canales que he utilizado habitualmente para localizarte han dejado de funcionar. Esta era la única manera de hacerte llegar a mí. Hay cosas importantes que debes saber y hay cosas importantes que debes hacer. Hoy es más importante lo que debes hacer que lo que debes saber.
    Akira ahora está un poco más calmado.
    -Para hacer hay que saber, señor Solanki.
    -No en esta ocasión, hijo. No queda mucho tiempo, créeme. La acción es necesaria en este momento.
    Akira vuelve a mirar al océano negro que hay detrás de los ventanales y recuerda que acaba de amarrar un barco en el que Miyako está sufriendo la enfermedad que está matando al mundo.
    -Un momento. Hay algo que debo saber ahora mismo.
    El señor Solanki ya sabe a qué se refiere.
    -Tu novia.
    Akira empieza a pensar que el señor Solanki puede leer su pensamiento, que su cliente tiene la llave de su mente. ¿Será porque sabe tocar esa melodía?
    -¿Tu novia está en el barco de Trent?
    Akira no le ha dicho al señor Solanki que haya venido en un barco. El señor Solanki no puede ver desde donde está el barco en el que Akira y Miyako han llegado al edificio. Obviamente, es necesaria una embarcación para desplazarse por este nuevo orden de cosas, pero desde luego, no puede saber si es un barco y mucho menos si ese barco es el de Trent.
    -Sí, está en el barco, está como adormecida.
    -¿Puede mantenerse de pie?
    -No. Lleva tres días acostada y casi no puede mantenerse despierta.
    La simulación del sueño para después del Volcado fue uno de los paquetes de servicio opcionales más vendido. Se promocionó como una de las prestaciones de placer más necesarias y deseadas. Una prestación, además, que mejoraba la sensación real, ya que se podía escoger el momento en el que se activaba y desactivaba, totalmente programable, con un sinfín de entornos y tipos de sueño, incluídos aquellos producidos por medicamentos de antes del Volcado. De hecho, los nombres comerciales de los tipos de sueño son los mismos nombres de los antiguos medicamentos que los producían.
    Akira desconoce el tipo de sueño con nombre de medicina que en estos momentos afecta a Miyako.
    -Akira, lo siento mucho. Miyako no va a seguir viva por mucho tiempo.
    Akira vuelve a pensar en la llave que tiene el señor Solanki para abrir su mente.
    -Nunca le he hablado de Miyako. Nunca he hablado de mi vida privada con mis clientes. Ni con usted. No hay forma en la que usted pueda saber su nombre. Dígame de una vez quién es usted.
    -Eso ahora no tiene mucha importancia, chico. Tendrá importancia en nuestro próximo encuentro, que además será el último. Ya no podemos seguir viéndonos sin que eso tenga consecuencias. Ahora voy a decirte lo que tienes que hacer. Debes acompañar a tu novia hasta el último momento. Tú vas a sobrevivir. Supongo que te has dado cuenta que esa especie de materia volátil de color negro que todavía no tiene nombre y que probablemente no lo va a tener nunca no te afecta a ti. Y que eres una de las pocas personas a las que no les está sucendiendo nada. Y supongo que te has dado cuenta de que igualmente hay algo que no funciona demasiado bien dentro de tu mente.
    Akira siempre ha albergado dudas sobre la posibilidad de que el señor Solanki tuviera cierto poder sobre sus actos y pensamientos. Ahora está totalmente seguro. Empieza a sentir cierto temor.
    De nuevo, el señor Solanki vuelve a leer el pensamiento de Akira.
    -No temas, chico. Soy yo el que ha hecho posible que la enfermedad no te afecte. Pero el antídoto tiene algunos efectos colaterales.
    Akira tiene ganas de llorar. Más concretamente, de seguir llorando. Miyako no va seguir viva. Al parecer, él sí.
    -¿De dónde ha sacado el antídoto? Yo no he podido encontrarlo.
    -El antídoto ha estado siempre dentro de ti. Hijo, ¿no has sentido alguna vez que eres diferente a la mayoría de la gente que te rodea?
    Akira siempre se ha sentido fuera del mundo, pero eso ha sido desde pequeño. Siempre ha querido compensar ese sentimiento con intentos desesperados de agradar a todo el mundo, para sentirse normal. Cada vez que alguien se refiere a él como algo especial, intenta quitarle importancia.
    -Mira mi pelo –dice Akira mientras mira hacia arriba, sintiendo cómo sus pestañas toquen prácticamente su flequillo de color púrpura.
    -Ya sabes a qué me refiero. Me refiero a los estados mentales, a los recovecos de tu cerebro virtual, a los mecanismos de comportamiento, espacios en blanco, saltos, o mejor dicho, atajos en la continuidad de la lógica del pensamiento, ese tipo de cosas.
    Akira entiende perfectamente lo que le está diciendo el señor Solanki, pero sigue queriendo parecer normal.
    -Eso es debido a mi profesión.
    El señor Solanki entiende que Akira se refiere a su profesión clandestina.
    -Hazte la pregunta al revés, Akira.
    Silencio
    -¿Es tu profesión la causa? ¿O tu profesión es la consecuencia?
    Silencio.
    Akira siente cómo todo el contenido de su mente se da la vuelta. Lo que estaba al final ahora está al principio. Lo blanco, es negro, el cero es uno y el uno es cero. Como si todo ahora tuviera sentido, no sabe muy bien el recorrido que ha hecho hasta ahora su vida, ni siguiera está seguro de cómo empezó todo,  pero sí sabe que hay un final y que está cerca. La forma en la que ve el futuro es la forma en la que antes miraba hacia el pasado, la forma en la que recordaba es la forma en la que programa o prepara lo que va a hacer. El ayer es mañana, y el mañana es ayer. Una especie de efecto inverso, que le acaba de llevar a lo que algunas personas llaman clarividencia. Algo que raya en lo religioso.
    Antes del Volcado, Akira recuerda que siempre le interesó el funcionamiento del cerebro humano. Leyó mucho sobre el tema durante un tiempo. Incluso recuerda vagamente que estuvo a punto de iniciar estudios de neurología. Y siempre le pareció fascinante que la parte del cerebro que contenía los recuerdos del pasado era la misma que utilizaba para realizar planes de futuro. Como si el recorrido del tiempo dentro del cerebro fuera un bucle de doble sentido en el que el pasado y el futuro se reencontraran eternamente. Parece que la simulación del funcionamiento del cerebro humano que se programó para el Volcado también contempló esa característica. Al menos en su caso.
    Y ahora, Akira tiene esa sensación. Lo de ayer es lo de mañana.
    ¿Le puede ocurrir lo mismo al resto de las personas?
    ¿O sólo le ocurre a él?
    El señor Solanki sonríe.
    -¿Comprendes ahora, hijo?
    Akira puede vislumbrar en su interior a miles, millones de personas muertas, flotando en el agua negruzca, y con la piel negra debido a la enfermedad.
    -Va a ser todo más rápido de lo que me imaginaba. No es tan sólo un fallo del sistema, ¿verdad? Es como un virus.
    -Vaya, Akira, tú también puedes pronunciar esa palabra.
    -Obviamente. La obtuve de forma ilegal. Aunque no sé muy bien por qué. Un lujo. Nos habíamos quedado en que debo esperar a que Miyako muera.  Usted no se ha inmutado, pero yo tengo ganas de morir en lugar de ella. ¿Qué va a pasar luego? ¿Por qué iba a querer mantenerme vivo?
    El señor Solanki empieza a percibir un peligro con el que no había contado. Que Akira no quiera seguir vivo se puede convertir en un problema para él.
    -Después volveremos a vernos. Ahora tienes que intentar desvincularte del mundo. Trent ya no te une a este barco a la deriva –dice el señor Solanki señalando al esterior-, y Miyako lo dejará de hacer en las próximas horas. Pero debes despedirte de ella.
    -Eso es cosa mía, no es usted mi padre.
    -No, Akira. Hazme caso. Debes despedirte de ella, como lo hiciste de Trent. Eso te preparará para el regreso.
    El regreso. Akira piensa en la palabra regreso. Siempre le ha recordado al nombre de una secta. De hecho, ha conocido a algunos miembros de organizaciones partidarias de regresar a la forma corpórea. Pusilánimes que creen que el mundo anterior es mejor. En definitiva, una secta, un grupúsculo marginal que nunca ha pasado de mera anécdota en los listados de noticias. Él nunca ha pensado lo más mínimo en un posible regreso. Aquí siempre ha tenido lo que ha querido.
    -No se puede regresar, creo que incluso técnicamente es imposible.
    El señor Solanki se levanta de su silla sin respaldo. Se acerca a Akira hasta que lo tiene rostro a tan sólo unos centímetros.
    -Tan sólo piensa una cosa, hijo. Piensa en cada vez que la Humanidad ha hecho un salto cualitativo en lo que a avance tecnológico se refiere. La invención de la rueda, la imprenta, el control de la electricidad, la cápsula de terbio. Dime: ¿crees que no habría sido fácil volver al estado anterior si el avance no hubiera resultado todo lo bueno que se esperaba?
    Akira piensa en lo que el señor Solanki acaba de decirle. Para él la tecnología siempre ha sido su medio de subsistencia. Siempre la ha dado por sentada. Pero pocas veces se ha parado a pensar si la tecnología ha resultado todo lo buena que se esperaba. Sin embargo, el nuevo estado mental en el que se encuentra, le permite en una fracción de tiempo diminuta hacer un recorrido mental por la historia de la Humanidad desde el punto de vista de la tecnología.
    -Ha habido unos cuantos avances tecnológicos que no han resultado del todo buenos. Pero nunca se ha vuelto atrás cuando se han constatado los perjuicios.
    -Pero eso no quiere decir que no se hubiera podido hacer.
    Akira piensa que el señor Solanki tiene razón. Le vienen a la mente algunos avances tecnológicos no necesariamente beneficiosos para la vida del hombre o del planeta Tierra en general, y no habría sido demasiado difícil dejar aquellas tecnologías de un lado y seguir por otros caminos.
    Akira sigue escuchando al señor Solanki.
    -Así que no te preocupes por si se puede o no se puede. Claro que se puede. Hay quien puede hacerlo. Tú puedes. Y otras personas también, pero no creo que las conozcas.
    Akira piensa en la forma en la que hipotéticamente se puede volver a la forma corpórea, pero miles de preguntas autoformuladas se le acumulan en su mente.
    -¿Por qué está tan seguro?
    -Eso ahora no tiene demasiada importancia. Lo que importa realmente es que la vida aquí va a ser imposible en pocos días. Y debes confiar en lo que te digo. La vida afuera vale la pena. Pero primero debes hacer lo que te he dicho. Vacíate de vínculos con el mundo, intenta que Miyako sea la última persona con la que hablas. Después debemos encontrarnos en el Nivel Siete.
    El Nivel Siete.
    Akira sabe lo que es el Nivel Siete. Pero no ha estado nunca. No le han faltado oportunidades porque la mayoría de sus clientes le han solicitado encuentros en el nivel siete. Pero Akira siempre ha pensado que ese tipo de experiencias no son para él, independientemente del riesgo que se asume interaccionando con la memoria reciente de una mente que no es la propia, sentirse otra persona, de hecho.
    Seguramente, el entorno en el que se supone que el Nivel Siete funciona, debe haber desaparecido, igual que el resto de los niveles de realidad. Todo eso debe ser cosa del pasado a estas alturas, según los cálculos de Akira.
    -No estoy seguro de que el Nivel Siete todavía funcione.
    -Probablemente no, pero si no funciona, deberemos crearlo nosotros. Lo vamos a necesitar.
    Akira el señor Solanki se quedan mirando a través de los ventanales. Las nubes siguen cubriendo el cielo. Ambos saben que no van a volver a ver el sol. A lo lejos, ven una especie de pulsación lumínica de baja frecuencia. La forma en la que la pulsación lumínica aparece y desaparece le recuerda a Akira a la forma en la que una luz estroboscópica ilumina a intervalos de décimas de segundo los cuerpos de las personas en un club nocturno.
    -Estos encuentros deberían ser algo más breves. Es demasiado arriesgado quedarse tanto tiempo en el mismo lugar.
    La pulsación lumínica parece la simulación de decenas de relámpagos cayendo sobre el agua.
    Akira piensa que quizá se aproxime una nueva tormenta.
    Y que quizá sea la última tormenta.