Author Archives: Alex

  1. Historias de la galaxia 2. Mitos y leyendas.

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    Historiasgalaxia2

    Sabed, buena gente, que el relato que voy a narrar tiene lugar en el albor de los tiempos, hace ya incontables eones, antes incluso de que la Galaxia estuviera dividida en el Imperio Tierra y la Unión de Planetas Libres.

    Cuentan que por aquel entonces había un héroe al que llamaban Nand, el Asesino de Estrellas. Cuentan que podía extinguir la luz de una estrella con sus manos desnudas. Cuentan también que millones de personas por toda la Galaxia se habían burlado de esto y dijeron que era imposible. Nand los encontró a todos y les dio muerte uno a uno.

    Dicen que en un momento –pues en el vacío del espacio de poco sirve contar días y noches- el Asesino de Estrellas estaba montado en su nave, explorando el centro de la Galaxia, donde pocos osan entrar pues hay agujeros negros que pueden engullir estrellas enteras en un segundo, y cinturones de asteroides tan largos como 50 veces 5 Cinturones de Astar, y planetas vivientes que vagan por el espacio en busca de naves que engullir.

    Nand, el de la mirada fría, vio entonces una nave surgiendo de una espesa nebulosa. Con gran ímpetu y burlona sonrisa en su faz, quitó los sistemas de camuflaje de su nave y se lanzó al ataque, destrozando con dos precisos rayos láser los sistemas de defensa de la nave desconocida.

    Tomó entonces por asalto la nave y, extendiendo un puente, atrevesó una escotilla, generando mientras tanto los sistemas de seguridad un plástico que asegurara la atmósfera.

    Pistola en mano, avanzó el Asesino de Estrellas por la pequeña nave, no siendo sino hasta que dobló una esquina cuando se topó con la tripulación al completo, tres docenas de hombres y mujeres.

    -¡Atrás, bandido!-dijo uno de ellos con visible tono arrogante-¡Nada obtendrás de nosotros, pues nada de valor tenemos en esta nave! Y nada deberías desear de nuestras mujeres o nuestras retaguardias, pues, a día de hoy, una nave como la vuestra no puede viajar sin simulaciones virtuales que sacien la lujuria de los tripulantes mucho mejor de lo que nosotros lo haríamos.

    Y así respondió Nand:

    -Nada quiero, pues, de vuestro dinero o de vuestros orificios, mas habéis picado mi curiosidad y no es algo que se logre fácilmente. Decidme pues, de dónde venís o por mi brazo que os freiré aquí mismo.

    -¡Para nada interesante es nuestro lugar de partida…!

    Mas entonces, el Asesino de Estrellas creyó reconocer un rostro de entre la tripulación. Y díjole al hombre al que pertenecía:

    -¡Por todas las estrellas! ¿Acaso no es el rostro del ex viceconsejero de la Unión lo que ven mis ojos, aquel muerto 60 años atrás y que se hizo célebre por su programa de autarquía en los planetas?

    -¡Ese rostro ves, bandido…! ¡No puedo negarlo!

    -¡Decidme entonces qué clase de truco es éste! ¡Decídmelo, o abriré fuego en menos que canta un gallo!

    -¡Así lo haré, pues! ¡Es la resurrección lo que ven tus ojos, la resurrección completa y total! ¡Bajo esta nebulosa se esconde un planeta-computadora encargado de reproducir nuestros genes hasta formar cuerpos, y luego implantar terabyte a terabyte nuestra memoria en ellos!

    -¡Habráse visto que por fin es posible grabar información en un cerebro! ¿Quiénes sois, pues, los que disfrutáis de esta tecnología?

    -¡Los que tenemos dinero para pagarla, y bien cara que es!

    -¡Contén tu lengua, insensato!-reprendióle otro de los tripulantes.

    -¿Estamos, pues, ante la resurrección de miles de dictadores, políticos, empresarios, banqueros y comerciantes sin escrúpulos? ¡A eso digo no!

    Y sin añadir nada más, el Asesino de Estrellas se llevó la vida de todos ellos, sin que tuvieran siquiera tiempo para intentar huir o contraatacar.

    Aconteció, pues, que Nand tomó la decisión de borrar aquel planeta de la faz del cosmos; y para ello decidió armarse como es debido, a fin de poder enfrentarse al planeta-computadora en igualdad de condiciones.

    Sufrieron gran percance por esto los encargados de custodiar un pequeño asteroide que hacía las veces de base militar. Sin comerlo ni beberlo, se encontraron con la ira de nuestro héroe, que avanzó entre ellos como un rayo del sol gadsariano. Dice la leyenda que aquel asteroide era apodado el Asteroide Azul, por el color de la fytirita que componía su suelo; pero que a partir de aquel nefasto momento, se le conoció como el Asteroide Rojo, pues la sangre de todos los soldados terminó por cubrir hasta el último rincón de su superficie.

    Cuando Nand, el de la mirada fría dejó tras de sí la base, faltaba también un pequeño objeto que él portaba en su cinturón: el héroe había robado uno de los virus informáticos más eficaces jamás creados.

    Y así, el Asesino de Estrellas regresó a la nebulosa, y, adentrándose en el inmenso mar de polvo estelar, activó todos los sistemas de detección de la nave, afanándose en su intento de localizar el planeta-computadora que pretendía devolver a la vida cientos de miles de millonarios.

    Las trampas que superó fueron muchas y muy bien dispuestas: asteroides detectores de calor, y anillos de hielo y pequeños soles blancos que estallaban en supernovas. Mas finalmente, Nand encontró el planeta y aterrizó en su superficie.

    Apenas salió de la nave, unos tentáculos mecánicos rodearon su cuerpo y le inmovilizaron casi por completo.

    -Su presencia no es bien recibida, señor-dijo una voz metálica-. Le conmino a que abandone el planeta, evitando así todo perjuicio sobre su integridad física.

    -Bestezuela mecánica, mejor harías en preocuparte por tu integridad virtual-murmuró Nand extrayendo el recipiente de su bolsillo y poniéndolo en contacto con uno de los tentáculos.

    Al momento, pequeñas agujas atravesaron la superficie y tomaron contacto con los cables, empezando a transmitir el virus por su interior. Los tentáculos se aflojaron y soltaron al Asesino de Estrellas, que cayó con gracilidad en el suelo, pues conocida era su habilidad para salir indemne de todo problema y percance.

    Un segundo después, todo el planeta perdió el control y apunto estuvo un rayo láser de cercenar la cabeza de nuestro héroe. Éste desenfundó sus armas tan pronto como pudo y, disparando a través de un laberinto de chispas, humo, rayos y metal viviente, consiguió llegar a su nave.

    A los pocos momentos de despegar, el planeta se consumió en una colosal bola de fuego. Los genes y las copias de las memorias de los millonarios ardieron en ella mientras Nand, satisfecho, se alejaba mirando al horizonte, en busca de una nueva aventura.

  2. Robinsones

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    Escucho el susurro de sus pasos enterrado en la arena. Una fina lámina de sílice que oculta mi persona, cual barniz mimético sobre la zarpa de una mantis. Estoy exultante, mi próxima víctima es el contrincante más poderoso, un fornido estibador con bíceps de hierro condenado por asesinar a su mujer. Él es el último, lo sé muy bien. Oí los gritos de Jhoe y Delawar ayer noche, en el palmeral.
    Ha sido un juego interesante, ya en la primera semana de convivencia forzada supe que la cosa prometía. La primera semana sirve para fraguar odios, rencillas, en suma: mala leche. También es útil para calibrar el potencial de cada competidor y concertar alianzas. La segunda semana es un limbo entre una situación candente, tensa hasta la asfixia, y la angustia narcotizante de nuestro propio miedo. En definitiva, una lista de espera para la obtención de un permiso de homicidio premeditado.
    Utilicé esa primera semana para aliarme con Nátaly. Entre los dos preparamos una encerrona a Clark y a Ángelo. Dos jóvenes drogatas condenados por el atraco a una licorería y la muerte del empleado. Nátaly se les ofreció desnuda y ellos picaron el anzuelo. Mientras se lo montaban con ella, les apuñalé con el punzón de bambú que ahora aferro en mi mano, aquí, enterrado en la arena, a la espera de mi última víctima.
    Nátaly era la típica mosquita muerta de mirada lánguida. No era muy atractiva, pero tenía unas buenas caderas y un buen culo. La condenaron por envenenar a tres de sus maridos. La muy cabrita les preparaba infusiones digestivas a base de cianuro.
    Pienso en ella en pretérito porqué ya no existe. Me la cargué. La visión de aquellos cuerpos ensangrentados junto a ella me excitó demasiado. Salté sobre la chica y empecé a pegarla, ella chilló y trató de defenderse. De  un  rápido  tajo  en la garganta ahogué su voz con sangre. En general, el grito y el forcejeo en una relación me estimulan, pero no quería que los otros la oyesen, atrayendo su atención sobre mí.
    El cuerpo de Nátaly, tendido en el suelo, temblaba con la fiebre que experimentan muchos cuerpos jóvenes cuando, precipitados en dirección a la agonía que antecede a la muerte, intentan captar hasta el último hálito de respiración con la esperanza de detener un proceso imparable; cual avaro que intentara seguir extrayendo monedas de un calcetín ya vacío. La Vida es así, tozuda y avariciosa hasta la náusea.
    Allí mismo, en su agonía, la poseí varias veces. No sé si estaba muerta o viva cuando me corrí dentro de ella. ¿Eso me convertiría en un necrófilo? Puede que sí.
    Quizá no me portase muy bien al traicionar a Nátaly; pero, ¡qué carajo!, nunca me ha gustado compartir un premio.
    Daniel, el estibador, pisa con indecisión la arena de la playa, lo sé por sus pasos, cortos y sin rumbo aparente. Se mueve como un bañista en una cala abarrotada, a la búsqueda de un lugar despejado donde extender la toalla. Su avance le lleva unos metros más allá de donde tengo enterrados mis pies. Emerjo de mi sudario con el mismo silencio con que el flujo de un reloj de arena golpea un cúmulo contra otro, en su impávido recuento de un tiempo ya perdido. Un tiempo perdido también para Daniel.
    Desprendiéndome del pañuelo que cubre mi rostro, y que me ha permitido respirar entre los granos de arena, camino unos pasos por detrás del estibador, los justos para asestarle una puñalada por la espalda, por debajo de su omoplato izquierdo. El impacto ha sido tremendo, debo haberle horadado un pulmón o rebanado alguna arteria importante. Daniel gira  sobre sí  mismo  en  un  vacilante  ballet. Me  observa con  una mirada que no puedo descifrar. Cae sobre sus rodillas mientras un hilillo de sangre mana de sus labios. Pronto el hilillo se transforma en torrente y el estibador desploma su enorme corpachón sobre la playa.
    ¡He ganado!, ¡el premio es mío! Salto, corro de un lado a otro, ejecuto una danza obscena en torno al cadáver. Busco la cámara más próxima, la encuentro bajo un cocotero. Del monitor de televisión, instalado junto a ella, surge la banda sonora del programa: ROBINSONES, bienvenidos al primer programa de televisión organizado por un centro penitenciario. ROBINSONES, emoción y aventura en una isla desierta, donde siete presos rescatados del corredor de la muerte deberán luchar por sus vidas. ROBINSONES, el mayor premio en metálico de la televisión. Un millón de dólares para el vencedor, medio millón si han concertado alianza. ROBINSONES, el programa con una mayor audiencia. Más de trescientos millones de teleespectadores en todo el mundo.
    En el monitor aparece el rostro estúpido del presentador.
    —¿Y bien, señor Adams?, ¿qué se siente al ser millonario?
    Observo con desprecio al capullo que aparece por la pantalla. Estoy lo bastante cerca como para taparle un ojo de un escupitajo; pero, por desgracia, demasiado lejos como para poder arrancárselo.
    —Ante todo una sensación gratificante. Nunca me habían llamado “señor”, aunque no creo que mi situación real vaya a cambiar mucho. Seguiré preso en una isla.
    —Sí, pero en una isla más grande y con todos los lujos que su dinero pueda pagar —se apresura a responderme.
    —¿Podré seguir matando gente?
    Se oyen risas y carcajadas en el plató. El público, a espaldas del presentador, se mueve como una serpentina hedionda de carne humana entremezclada. Contacto de cuerpos y sudores, poros con el diámetro de cráteres y salivas infectas.
    —¡Ay, pillín, pillín! Cuéntenos, señor Adams, ¿cuál fue su primer delito?
    —Asesiné a una niña de cinco años. Pero yo no pagué el pato, pillaron a un negro que pringó por mí. La poli siempre tiene alguno a mano, para que ningún caso quede sin resolver.
    —Modérese, señor Adams. En este programa no estamos para hacer crítica social. A nuestra audiencia le interesan otras cosas. Por ejemplo, saber por qué lo hizo. ¿Por qué mató a esa niña?, ¿la violó antes de hacerlo?
    —¡Por favor, señor presentador! Estamos en horario de máxima audiencia, hay niños acurrucados junto a sus padres en los sofás de sus casitas.
    Noto como la ira crece en mí. Con qué gusto reventaría la cara del presentador, y con qué satisfacción iría casa por casa a degollar a los seguidores del programa.
    —Maté a esa niña para retener la infancia que nunca tuve.
    —¿Es eso cierto, señor Adams?
    —No, pero, ¿a que queda poético?, ¡imbécil!
    De una certera pedrada destrozo el monitor de televisión, con la cámara empleo varios puntapiés.
    ¡Estúpidos babosos!, ¡morbosos de mierda! ¿Qué por qué mato? Siempre he odiado la Vida, a todo lo viviente, en especial a  los  humanos porqué tienen conciencia de ello, de estar vivos. Empecé de niño, ahogaba gatitos en un barreño situado en el patio trasero de mi casa, hasta que la madurez de un “cambio de hábitos” me llevó junto a aquella niña y a las otras víctimas que fueron sucediéndose. ¿Por qué lo hago?, ¿por qué siento este impulso en mi interior? Podría buscarle razones filosóficas: La Vida es una anomalía, no cabe en un universo ordenado. Estoy seguro de que si existe una constante en el Cosmos, ésta es la inercia de la materia muerta. El mineral, la roca, el átomo encabritado preso en una órbita fija. Tomemos como ejemplo la fotosíntesis, base de toda vida posible. Un puto electrón, situado en un átomo de una célula especializada, va y se calienta por efecto del Sol; una calentura suficiente como para que pueda cambiar de órbita. De esta forma, ese movimiento  genera  la  energía  necesaria  para  que  la  planta   sintetice   sus
    propias viandas, a partir de lo que encuentra en el suelo y en el aire. ¿Qué cojones hace ese electrón cambiando de órbita? Este movimiento, origen de todo, es producto de un error en la naturaleza inerme de las cosas. Alguien debería poner orden en el universo.
    Dirijo mis pasos una vez más hacia la playa. La balsa con la que nos hicieron llegar a la isla descansa varada sobre la arena, a salvo del oleaje. Arranco dos de los siete neumáticos que sostienen su línea de flotación, unas gastadas cubiertas, unidas entre sí en una simple plataforma de madera y que arrojaré a la hoguera que voy a encender. El humo negro y denso alertará al barco de recogida. Los muy cabrones quieren retransmitir el rescate de un náufrago, con toda la opereta escénica que ello implica. Como si no supieran que ya he ganado y que deben venir a recogerme.
    Siento un  desagradable  pinchazo en  la  muñeca  derecha.  Arrojo  al suelo  los neumáticos con gran aprehensión. Del reverso de uno de los objetos de caucho, se escurre una serpiente de bandas negras y amarillas. El bicho huye hacia la maleza. Puedo identificarla, es una coralina. ¿Esos hijos de puta la habrán puesto ahí para no pagar el premio?
    El veneno de una serpiente actúa como lo haría un jugo gástrico. Todo un flujo enzimático que corroe tu cuerpo, revienta las paredes de tus células, te devora el hígado y emponzoña tu sangre hasta transformar su color en un rojo podrido, negro de tan intenso. A efectos prácticos, la serpiente te digiere a distancia.
    El dolor es inaguantable. Me arrastro por la playa. Tengo la boca pastosa y seca. Necesito encontrar agua. Detengo mi deambular a ras de suelo. Una cámara me observa impasible. Trescientos millones de personas presencian en directo, indiferentes o alborozadas, mi terrible sufrimiento. ¿Puede alguien imaginar mayor maldad?

    robinsones_Fin

  3. Colapso – Capítulo 14

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    14 – TRENT

    colapso14
    Arena blanca entre los dedos de los pies.
    Esa es la sensación que le ha gustado siempre sentir en un momento de relajación. Esté o no esté en una playa.
    Trent ahora sí está en una playa. Una playa de arena blanca que por su aspecto podría ser cualesquiera de las playas de alguna isla de un archipiélago cerca del Polo Norte, por el color del agua, un azul metálico y denso, y muy oscuro a tan sólo unos metros de la orilla. Y por la forma en que inciden en el agua los pocos rayos de sol que dejan entrever las nubes grises que hay en el cielo. La espuma del agua del mar es de un color blanco puro y brillante a pesar de no ser un día soleado. Otra vez. Es como si la espuma del mar tuviera su propia luz. El agua, pese a su color oscuro, está limpia y transparente.
    Trent respira hondo, aún sabiendo que cada vez que lo hace introduce dentro de sí grandes cantidades de esas particulas negras que hay suspendidas en el aire desde hace días. La muerte en pequeñas dosis. Una invasión lenta e irreversible. Desde su encuentro con el señor Solanki en el nivel siete, está convencido de que el mundo está enfermo. Ese momento lo cambió todo. A pesar de que la mente del señor Solanki estaba protegida por algún mecanismo, hubo cosas que sí se filtraron. Y no las puede explicar con palabras, pero las tiene dentro de él.
    Vuelve a respirar. Está un poco más muerto que hace un minuto. Y un poco menos muerto que dentro de un minuto.
    Pero no le importa. Hoy es el día. Hoy es el día que ha elegido para decir adiós. Ya tiene en su mano derecha las dos cápsulas que le dio Akira el último día que se vieron. Está decidido. Y está esperando a que pase alguien por este rincón apartado del mundo para ofrecerle compartir ese último viaje con él, a pesar de que reconoce que existen pocas, poquísimas probabilidades de que alguien aparezca en esta playa que él ha elegido. La vista es perfecta, no llueve, no hay ruido y el agua negra en la que se ha sumido el mundo no ha llegado (todavía) hasta aquí.
    Trent ha podido llegar a este lugar porque tiene un barco. Él y Akira han navegado por las aguas negras que anegan la ciudad. Han dejado atrás la ciudad y han llegado hasta aquí, que debe ser el mismísimo fin del mundo. Los objetos que flotan en el agua les han acompañado en la travesía y en este punto se han ido acumulando hasta formar un dique que ha permitido a Trent poder bajar del barco y llegar caminando hasta la playa. Y Akira se ha marchado. Así que detrás de Trent, hay una montaña de objetos abandonados. Piezas de bicicletas, de coches usados, cuadros de paisajes, retratos enmarcados, maniquíes sin cabeza, maniquíes con cabeza, muebles viejos, todos con el aspecto de haber sido útiles en algún momento que ya ha pasado. Maletas de viaje vacías, maletas de viaje llenas, llenas de ropa que se ha salido durante la travesía que han hecho hasta aquí, árboles que han sido arrancados de un jardín, flores muertas que algún día formaron parte de algún adorno nupcial. Discos de aquellos que había que reproducir sobre plataformas giratorias, montones de ellos, la mayoría rotos, libros con la tinta de sus páginas hecha borrones. Trent se pregunta si no será toda esa tinta la que hace que el agua sobre la que ha navegado tenga ese color negro que absorbe la poca luz que hay y que lo deja todo en una penumbra tan densa que incluso llega a taponar los oídos.
    Y Akira se ha quedado con su barco. Seguro que le dará un buen uso.
    Pero delante de él todo es distinto. La playa. La arena. El mar. La brisa. El sonido de las olas. Ha dejado atrás al mundo enfermo. Delante de él está su otro mundo, el que le queda, la inmensidad del mar, que no es casi nada, pero suficiente para poder decir adiós.
    Sigue sin aparecer nadie. Pero no tiene prisa. Sabe que se muere, pero eso va ser muy lento. Puede esperar el tiempo que haga falta, horas, días, semanas incluso. El tiempo en su mente es ahora el remanso de un río. Estático. Tiene en su mano la libertad en forma de cápsula. No necesita nada más.
    Pasan las horas, podrían ser días.
    Finalmente ocurre lo que Trent estaba esperando. Alguien aparece caminando por la orilla. Es una mujer. Todavía está muy lejos como para poder distinguir algún rasgo. Tan sólo, que las olas mojan sus pies. La mujer se acerca muy lentamente.
    Trent intenta agudizar su vista para poder identificarla.
    Evelyn.
    ¿Evelyn?
    Evelyn está muerta. No puede ser. ¿Está soñando? No. Desde el Volcado no se sueña, no hay posible confusión entre los sueños y la realidad. Quizá sea esa la principal diferencia entre la vida de antes y la vida de ahora. Los sueños se perdieron.
    A medida que la figura de la mujer se acerca, Trent está cada vez más convencido de que se trata de Evelyn, su forma de andar, el color de su cabello, las proporciones de su cuerpo, y aunque todavía no puede distinguir sus rasgos faciales, de momento no hay nada en esa figura que no le recuerde a Evelyn. ¿Puede ser que se estén escapando cosas de su mente y se proyecten sobre la realidad cuántica? ¿Puede ser que la enfermedad que está matando al mundo sea la locura? Se mira las manos. Además de las dos cápsulas que tiene en su mano derecha, se da cuenta de que algunas de las diminutas partículas negras que hay en el aire han empezando a adherirse a su piel.
    Decenas de esas partículas juntas forman una mancha fácilmente visible.
    Vuelve a levantar la vista.
    La figura sigue acercándose.
    La figura sigue siendo Evelyn.
    Pero no puede ser. Evelyn murió hace mucho tiempo, lo sabe, aunque no puede asegurar cuánto tiempo exactamente hace de eso. Pero es Evelyn. De eso está completamente seguro. Los rasgos faciales que empieza a distinguir en la figura no dicen lo contrario. Quizá en el fin del mundo estas cosas sean posibles.
    Trent cierra los ojos. Si la figura es una proyección de lo que hay en su mente, una proyeccion de sus deseos, quiere concentrarse para que siga ahí cuando vuelva a abrir los ojos. No le importaría en absoluto que al abrir los ojos se diera cuenta de que ha hecho un viaje atrás en el tiempo, un salto fantástico hasta el momento en que se despidió de Evelyn, y en vez de decirle adiós en un terrible acto de cobardía para proteger su corazón y dejarlo libre de sufrimiento, quedarse con ella hasta el final de sus días. No quiso esperar a ver cómo moría poco a poco. Sin embargo, las pruebas con la cápsula de Terbio finalizaron antes de lo esperado y ARK empezó a comercializar el Volcado cogiendo a todo el mundo por sorpresa. Pero no hubo tiempo para despedidas, había abandonado a Evelyn hacía dos años. Trent vio la puerta de salida y se fue.
    Pasan unos segundos, quizá minutos.
    -¿Cuánto tiempo lleva sin llover aquí?
    Es una voz femenina. Pero no es la voz de Evelyn.
    La simulación de los timbres y armónicos de la voz humana fue uno de los procesos más largos y difíciles en la configuración de entes individuales, es decir, personas, durante la fase de preparación del Volcado. Simular el aspecto visual de los objetos y las personas siempre había sido mucho más sencillo que simular algo tan personal como la voz de los seres humanos. Siempre había sido mucho más fácil engañar al ojo que al oído. Incluso las sensaciones táctiles se consiguieron configurar y establecer mucho antes que todo lo relacionado con la voz humana. No ocurrió así con las sensaciones auditivas en general, pero sí con la voz. Fue sumamente difícil dar con la combinación de algoritmos correcta para emular el funcionamiento de cuerdas vocales, resonancia, modulación, entonación, ya que algo tan variable como el estado de ánimo podía hacer cambiar el timbre de la voz de un ser humano. Así que hubo que establecer primero el espectro de estados anímicos con sus respuestas mediante neuronas espejo correspondientes antes de empezar a combinar la parte acústica con la parte neurológica de la simulación. Trent recuerda lo extraordinario que le pareció siempre la interacción del sonido con el cuerpo humano. Una onda mecánica podía ser transformada en algo que podía llenar de euforia, alegría, tristeza, miedo, excitación, simplemente siendo transformada por el transductor que era el cuerpo humano. El pabellón auditivo, el oído externo, el oído interno, los tejidos del cuerpo, las sinapsis neuronales, el cerebro y finalmente el corazón. Era pura magia. El cuerpo humano era un transductor que transformaba una simple onda mecánica en pura magia. Pero ahora tan sólo son ceros y unos. Trent había comprado el paquete completo. Su voz finalmente fue simulada perfectamente. Y puede distinguir e identificar perfectamente las voces que oye en el presente. Incluso puede recordar la voz de personas que ya no existen.
    Y la voz que le acaba de hablar no es la de Evelyn.
    Trent abre los ojos.
    La mujer que acaba de hablarle no es Evelyn. Pero se parece mucho a ella. Podría ser ella si no fuera por el color de sus ojos, y por supuesto, porque su voz es diferente. El parecido es asombroso. Su delgadez, el color rosado y brillante de su piel, las proporciones de sus manos, la forma en que entrelaza los dedos mientras espera una respuesta.
    Trent mira el cielo. Sigue estando lleno de nubes de color gris, pero no llueve. Hace mucho tiempo que no llueve.
    -No sé cuánto tiempo llevo aquí, así que no puedo responderte. Sólo sé que cuando llegué no llovía.
    Si no es Evelyin, a Trent no le interesa demasiado lo que la mujer le pueda decir, ni siquiera teniendo en cuenta que va a ser la última persona que va a ver antes de morir.
    -He estado buscando este lugar durante dias. Empezaba a pensar que nunca llegaría. La lluvia…
    -¿Cómo has llegado hasta aquí? –Interrumpe Trent.
    La mujer se sienta a su lado.
    -Tengo un barco.
    -Creo que es la única manera de llegar aquí ¿De qué estás huyendo? No creo que en las actuales condiciones alguien pueda hacer un viaje de placer en barco.
    A Trent le parece que la mujer en cualquier momento va a ponerse a llorar. Otra cosa que le recuerda a Evelyn. Podía llorar y lo hacía frecuentemente. Se pudo adquirir la capacidad de llorar en el momento del Volcado por una módica cantidad de dinero. El producto tuvo mucho éxito porque las personas que se adaptaron a la falta de agua vivieron los últimos años antes del Volcado sin experimentar la sensación de la secreción de lágrimas.
    Trent no compró el producto.
    -Principalmente de la lluvia, me deprime.
    -Tarde o temprano llegará, puedes estar segura.
    Trent se da cuenta de que la mujer no le mira a los ojos cuando le habla.
    -No lo descarto, pero de momento puedo disfrutar de las vistas. Aprovecharé el momento.
    -Bien hecho. ¿Has venido sola?
    Silencio.
    Tan sólo el sonido de las olas del mar.
    -Llevo mucho tiempo sola.
    Parece que la mujer ha hecho esa larga pausa para expresar el largo tiempo que ha malgastado en su preciosa y lujosa casa.
    -Eso parece una llamada de auxilio.
    -He estado mucho tiempo pidiendo auxilio a quien yo creía que era la persona más importante de mi vida, pero no me ha escuchado, así que no es de extrañar que siga pidiendo auxilio ahora que no estoy con él.
    -O sea, que ya pedías auxilio antes de que empezara a llover.
    Trent empieza a pensar que la mujer puede ser la compañía perfecta para el uso de las cápsulas que tiene encerradas en su mano derecha.
    -Lo que ha sucedido es que él no ha querido continuar el camino que yo quería hacer –dice ella, mirando hacia las olas.
    -Ese camino ha llegado a su fin. No hay mucho que recorrer ya. Todo se está desintegrando.
    Ella se mira las manos. Empieza a ver que unas diminutas manchas de color negro aparecen pegadas a su piel.
    -Cierto, pero mi marido todavía cree que puede conservar ciertas cosas. Se ha quedado en nuestra preciosa casa inundada. Solo. Cree que las cosas se van a arreglar.
    Hace mucho tiempo que Trent piensa que las relaciones de pareja dejaron de tener sentido desde el momento en que tuvo la oportunidad de comprar la inmortalidad. El amor hacia otra persona no tiene ya razón de existir. No hay posibilidad de que alguien enferme, o muera, o tenga sencillamente un problema en el que se le pueda ayudar. Son (o eran) todos ricos, viviendo en un eterno fin de semana, un período de ocio sin fin. Un agosto infinito. La oportunidad de amar a alguien y acompañarle en los malos momentos se esfumó hace tiempo.
    Sin saber por qué, a Trent no le cuesta hablar con la mujer, siente que podría entenderse bien con ella si no fuera porque va dejar de existir en poco tiempo. Pero le resulta fácil comunicarle sus pensamientos.
    -Hemos tenido las cosas tan fáciles que hemos dejado de pensar en los demás. Y hemos empezando a preocuparnos solamente de las cosas materiales. Así que no te debe sorprender que haya quien se aferre a las cosas que pierden su valor segundo a segundo. El sistema se ha caído, así que el valor de las cosas se ha evaporado y el mundo se está ahogando en su propio residuo. Mira toda esta mierda que está aquí amontonada. Trent señala con la cabeza el dique formado por la basura acumulada que ha servido de muelle de atraque de su embarcación.
    -No entiendo muy bien qué hace aquí todo esto. No sé de dónde ha podido salir.
    -Yo tengo mi propia teoría.
    Desde su encuentro con el señor Solanki en el nivel siete, Trent puede vislumbrar las explicaciones y las razones de muchas de las cosas que están ocurriendo.
    La mujer guarda silencio como forma de preguntar cuál es la teoría de Trent.
    -Creo que todo esto son los recuerdos de la gente. Piensa un momento: ¿Puedes recordar con la misma facilidad que antes? ¿Puedes recordar que podías recordar?
    La mujer necesita procesar las dos preguntas. Da vueltas y vueltas a las dos preguntas que acaba de hacerle el desconocido. Pero siempre encuentra una barrera que no le deja continuar en su razonamiento lógico. Como cuando intentaba recordar un sueño nada más despertar, del que tan sólo podía ver el final, pero en el intento de ir hacia atrás en el sueño siempre encontraba un punto a partir del cual ya no recordaba nada más. Y en unos segundos, todo se esfumaba.
    -No lo sé. Yo diría que no –dice ella finalmente.
    -Todos los recuerdos que teníamos se están escapando de nuestras memorias, supongo que el hecho de que el sistema financiero se haya colapsado tiene que ver con eso. Pagábamos por tener esos recuerdos guardados para nosotros, protegidos. Pero todo está demasiado conectado. O mejor dicho, todo estaba demasiado conectado. Y hemos dejado de pagar. Y todos esos recuerdos ahora flotan en el agua, que lo está diluyendo todo. Si lo piensas, no es difícil de entender. La vida se ha convertido en una serie de transacciones financieras, algunas grandes, algunas pequeñas, pero transacciones al fin y al cabo, millones de ellas por segundo. Cada decisión que tomamos, cada paso que damos, cada encuentro que programamos, cada viaje, incluso el aire que respiramos ha habido que pagarlo. Una mirada, una canción, un juego de ficción, el olor de las cosas, las palabras, los deseos, en definitiva, la existencia. Todo tiene un coste. Económico. El sistema es una telaraña que lo cubre todo, que se ha extendido en progresión geométrica hasta alcanzar el más recóndito lugar de nuestras almas, si es que  nos queda algo de eso. Y el sistema está contaminado por la falta de pago. El sistema ahora es un tumor ramificado que nos va a matar a todos.
    La mujer ha estado escuchando atentamente. No le parece una mala explicación.
    -¿Es sólo una teoría o tienes razones para estar seguro de que es así?
    -Digamos que he tenido acceso privilegiado a información no disponible en los medios habituales.
    Trent no está ahora para dar demasiados detalles sobre el modo en el que últimamente tiene conocimiento de la realidad.
    Continúa:
    -¿Cómo te llamas? Voy a proponerte algo y no me gustaría hacerlo a alguien de quien no sé su nombre.
    -Clara –responde ella mientras se pregunta por qué le está diciendo su nombre de verdad. Ha dejado atrás todo lo que compartía con Essien, la casa, los paseos, las cuentas bancarias, las discusiones, el colapso financiero, la preocupación por las consecuencias de todo eso, la pérdida de las comodidades, el empobrecimiento general y paulatino que se ha ido produciendo desque que empezaron las malas noticias, todo eso va a quedar atrás, puede ser otra persona distinta a partir de ahora, y sin embargo, sigue llamándose Clara.
    Trent abre su mano derecha. Las cápsulas siguen ahí. Clara. Una vez conoce su nombre, está completamente seguro de que no se trata de Evelyn. Sólo ahora, que sabe su nombre.
    -¿Sabes qué es esto? –le pregunta.
    -Me lo imagino -Clara ha flirteado con drogas en el pasado. Todo el mundo las ha probado alguna vez.
    Trent mira fijamente a Clara a los ojos.
    -¿Quieres seguir aquí esperando a que este maldito vertedero estalle o prefieres mirar hacia delante y anticiparte a la muerte?
    Clara entiende que es un viaje sin retorno. Sin vuelta atrás. Sin código Z.
    Silencio.
    Tan sólo el sonido de las olas.
    Clara ha pensado durante unos segundos lo que va a hacer con su vida. No sería un mal final.
    -Desde que subí al barco no he mirado atrás. No lo voy a hacer ahora –una lágrima aparece en el rostro de Clara. Ella sí compró el producto.
    Trent sigue teniendo la mano abierta. Clara coge una cápsula. Se la mete en la boca. Trent hace lo mismo con la cápsula que queda en su mano.
    Clara y Trent se dan la mano.
    -Adiós, Clara.
    -Adiós…
    Clara pregunta su nombre a Trent con su mirada.
    -Perdona, yo me llamo…
    Silencio.
    -¿No recuerdas cómo te llamas? –dice Clara.
    -Sí que lo recuerdo. Me llamo Trent. Tengo una pequeña crisis de identidad, digamos que estoy pasando por una etapa complicada.
    En realidad, ha estado a punto de decir ‘Señor Solanki’. Tiene pensamientos que no son suyos en realidad. Sabe cosas que antes de su encuentro en el nivel siete no sabía. Pero el meollo de la cuestión se le escapa. La mente del señor Solanki estaba protegida. Un laberinto cuántico de máxima seguridad. Eso es lo que el señor Solanki tiene en su mente.
    -Adiós, Trent. Encantada de haberte conocido.
    -Lo mismo digo.
    Las olas del mar ahora alcanzan los pies de ellos dos. Trent mira a Clara. Clara mira a Trent. Cogidos de la mano, se levantan y andan mar adentro. Hasta que el agua les cubre hasta la cintura. Los dos se desploman y desaparecen bajo el agua.
    Empieza a llover.
    El dique que han formado los recuerdos de la gente empieza a ceder a la presión del agua negra, abriendo grietas de las que empieza a salir la inmundicia oscura y gelatinosa, que empieza a manchar la arena blanca de la playa.

  4. La baulera de Allmanzor: La superviviente – Paul Gillon (1985)

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    La ciencia ficción ha sido, y seguramente continuará siéndolo, un espejo en el que los autores hacen mirarse a la propia Humanidad. Diversos acontecimientos sociales, políticos y medioambientales han servido de base para la creación de historias futuristas que, al fin y al cabo, no son más que un reflejo de nuestros miedos, de nuestros errores y, a veces, de nuestros aciertos. El cómic tratado hoy es un claro compendio de varios de los terrores que atenazaban a la sociedad durante la guerra fría, pero por otro lado ahonda en cuestiones que siempre han preocupado (y lo seguirán haciendo) al Ser Humano desde la noche de los tiempos.

    La superviviente. 1985. Guión y dibujo: Paul Gillon.

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    Aude es una submarinista que se encuentra explorando una cueva subacuática junto a unos compañeros. Ella es la última en volver a la superficie y de inmediato descubre que sus acompañantes han desaparecido. Conduciendo su vehículo de vuelta a la civilización, Aude va observando algo que cada vez la inquieta más: aparentemente todo está vacío. No hay gente. Nadie. Tras serenarse, inicia un viaje hasta la capital, París, y decide alojarse en un lujoso hotel en el que los robots del servicio siguen fieles a sus cometidos, ajenos a la desaparición de los humanos a quienes atienden.

    La-superviviente-02Aude pasea por las calles vacías de la ciudad, en la que los robots de limpieza y policía (ella es multada por uno de ellos en una escena de lo más estrambótica) continúan trabajando como si nada ocurriera. La aparición de todo el equipo de gobierno en la puerta del edificio homónimo dará esperanzas a Aude, pero ésta descubre que ya no son Humanos y que una terrible afección deshace sus cuerpos. No habrá más indicios sobre el origen de la catástrofe que ha hecho desaparecer a toda la población. Aude se encierra en el hotel y traba una relación con el robot mayordomo, de nombre Ulises, que constituye una de las muestras más enfermizas de deseo, resignación, obsesión y erotismo con máquinas, que se hayan visto. Ulises desarrolla un sentimiento totalmente posesivo hacia Aude y los celos de la máquina hacia cualquier intromisión externa crearán situaciones trágicas y peligrosas, mientras ella ve pasar los meses preguntándose qué sentido tiene ser la única viva en un mundo muerto. La llegada de otro superviviente, creará un punto de inflexión clave para el futuro de Aude.

    El cómic “La superviviente” es un típico hijo de la guerra fría, aquel enfrentamiento ideológico entre las dos superpotencias que alcanzó su punto álgido en la cultura popular con la explosión de la temática post-apocalíptica en los años 80 del siglo XX. El guionista y dibujante Paul Gillon, nacido en 1926, plasma unas preciosas imágenes de un París futurista, abarrotado de robots serviciales de todo tipo que siguen su programación sin sufrir falta de energía, ni complicaciones al no haber ya amos. Pero es sin duda en la imagen de la guapa Aude donde su dominio de la figura adquiere las mayores proporciones. Gran parte de los dibujantes procuran que sus personajes al menos “se parezcan” en las diferentes viñetas, pero Gillon consigue que Aude “sea” invariablemente ella en cada imagen, en cada diferente plano, demostrando una maestría a los lápices digna de elogio.

    La superviviente es también una obra en gran medida erótica, desde luego no apta para menores y en la que la búsqueda de satisfacciones por parte de la protagonista llena gran parte del tiempo en escenas subidas de tono junto al mayordomo robótico Ulises.La-superviviente-03

     La-superviviente-04

    Dividida en cuatro libros y publicada entre los años 1985 y 1991, La superviviente se desarrolla al amparo de aquella época de incertidumbre por la posibilidad de la aniquilación nuclear, pero plantea también grandes cuestiones como la soledad, la búsqueda de un sentido a las cosas, y finalmente la esperanza al dar con un motivo para seguir viviendo. Una obra en la que el diálogo y a la vez las secuencias “mudas” pesan más que la acción pero, ¿qué otra cosa podíamos esperar de un mundo muerto? Sin duda el magnífico arte de Gillon es uno de sus puntos más atractivos, pero la historia en sí también posee la suficiente complejidad y calidad como para atrapar al lector hasta dar con un giro en el último libro realmente inesperado.

    La superviviente somos todos nosotros. Somos aquellos que construimos máquinas para que nos sirvan, pero que al final a dichas máquinas poco les importamos. Podemos dejar de existir y ellas seguirán cumpliendo sus programas. Podemos ser, en última instancia, apenas un paso más hacia otra forma de existencia, sea ésta biológica, mecánica o algo más, y por el camino descubrir, tal vez, si merecemos o no seguir pisando este mundo.La-superviviente-05