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  1. Los hijos de la orfandad – Último capítulo

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    Hansel arrojó un leño más a la fogata y avivó las llamas con un compresor de aire, uno de los objetos personales de D-4. Las hambrientas lenguas de fuego ganaron fulgor y altura. Los dos huérfanos habían practicado un tosco agujero en el techo de la caseta, propiedad de su anfitrión. El humo huía por una dentellada de lobo arisco, al encuentro de la atmósfera límpida y fría del exterior.

    No estés triste Gretel. Sólo era una máquina estúpida, vieja y obsoleta.

    Gretel, sentada junto a la lumbre, con las rodillas flexionadas hacia el techo, acurrucó su cabeza sobre éstas en un intento por relajarse y combatir la penosa imagen que se escenificaba en su cerebro desde aquella mañana: el cuerpo ferroso de D-4 abatido en el suelo, moviendo sus patas articuladas en un baile de estertores, en un perfecto sucedáneo de agonía orgánica.

    Son seres vivos, seres pensantes y sensibles —dijo la chica.

    Son máquinas —repitió Hansel, obstinado.

    ¿Y acaso no somos nosotros simples mecanismos biológicos de elaborada factura?

    Nosotros somos especiales. Estamos tocados por un hálito divino —aseveró el chico.

    ¡Por favor, Hansel!, ¡mira a tu alrededor! Estamos en un mundo que no nos pertenece. Nuestra especie se extinguió hace siglos. Ellos, las máquinas, como tú las llamas, han tenido la cortesía de restaurarnos. Somos sólo un par de invitados.

    Restaurar. La palabra volvió a la mente de Gretel con la furia avasalladora de una revelación. Se veía a sí misma prisionera de los reducidos límites de un cuadro. Un bodegón, una naturaleza muerta descolorida, de trazos imprecisos, desgastados por el escalpelo vandálico del tiempo. Su existencia era el producto de un sueño aberrante, una incongruencia que se arrastraba por un mundo ajeno.

    Nuestros antepasados se engañaron a sí mismos durante milenios, crearon credos y convicciones morales con el propósito de afianzar el sacro-santo ideario de la cualidad especial del espíritu humano. Vano intento, pues un puñado de algoritmos generados por los descendientes de arcaicos ordenadores personales, han demostrado que las conexiones neuronales del cerebro humano pueden ser substituidas y mejoradas. Ya no somos los reyes de la creación. En realidad, nunca lo fuimos.

    Un ruido en el exterior advirtió a la pareja de la llegada de un extraño. Hansel se levantó de su rincón junto al fuego, observó a hurtadillas por una ventana las cercanías de la caseta, y anunció a su compañera:

    M-7 está en la linde del bosque y viene hacia aquí.

    Gretel comprendió a qué había venido su “creador”, pero no sintió temor alguno.

     

    EPÍLOGO

    Años después del fracasado proyecto de reintroducción del homo sapiens sapiens, M-7 malvive en el Mar de la Tranquilidad como operario de una estación de recogida de minerales. Durante las horas libres, dirige sus visores hacia la Tierra. Desde la Luna, pueden verse los restos de algunas de las ciudades de la desaparecida civilización humana, sus carreteras, las consecuencias de colosales obras de ingeniería sobre el paisaje. Huellas indelebles en la corteza de un planeta explotado más allá de lo recomendable.

    En esos momentos de añoranza, M-7 extrae de su compartimento de almacenaje, situado por encima del rotor de la cadera izquierda, su tesoro más preciado. Abre un estuche y retira una probeta encerrada en él, protegida por un material esponjoso. Afina sus visores a la potencia requerida y contempla las células enclaustradas que dan cuerpo a un pequeño mundo rebosante de intencionalidad, de una prometedora y balbuceante obstinación de vida que algún día, cuando todo se olvide, podría eclosionar. El óvulo fecundado de Gretel es hermoso, una esfera perfecta color sangre.

    El antiguo funcionario de la Comisión Reguladora de la Vida Salvaje, anuló su programa emocional para cumplir con la directriz de eliminación. Necesitaba ser frío e insensible para cometer el doble asesinato. Desde entonces, no ha vuelto a usar programa emocional alguno. Pero, aún así, la desolación le corroe y un enigma le asalta todos los días. ¿Por qué sigue entristeciéndole la muerte de sus dos criaturas? ¿Por qué la visión del óvulo de Gretel despierta en él sensaciones de esperanza y de sosiego?

  2. El enigma humano “1921514915”

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    Extracto N.º 1 del interrogatorio a humano

    —Camisa blanca, pantalón tres cuartos y un par de zapatillas viejas… Es todo lo que llevo. ¿Que de qué material es esto? Pero ¡¿nunca vieron una camisa?! —suspira y expresa una mueca de cansancio—. Un tipo de tela…, género, no sé cómo lo entenderían.

    Extrae un rectángulo maleable de la parte superior de su camisa y preguntamos con interés.

    —¿“Rectángulo maleable”? Ja, ja. Nada del otro mundo, un vicio: cigarrillos se llaman, puchos, fasos, caretas, qué sé yo… —lanza una fuerte carcajada y nos hacemos hacia atrás con precaución. Mi colega arremete con otra pregunta y el humano responde—. Sirven para dejarlos y para nada más; hace tiempo que lo intento, pero créanme que este es, por lejos, un mal día para perder el hábito. ¿Gusta usted de uno, señor…?

    —Luxunsteinen —responde secamente mi colega, cuya habilidad para los interrogatorios suele abrumarme.

    —¿Luxunsteinen? ¡Lux…uns…tei…nen! Parece alemán —sonríe—. ¿Esto es Alemania en otra dimensión? ¿Tienen cibernazis también? Ja, ja.

    —Esto es Uralia —respondo entonces, y Luxunsteinen me mira de un modo que no alcanzo a comprender.

    —¡¿Uralia?! Ah, sin duda… —enciende un cigarrillo y se echa hacia atrás con los ojos cerrados—. Creo que me he vuelto loco, señores.

    El hombre juró que provenía de Tierra. Así como suena: Ti-er-ra. Hubo cierta cantidad de palabras que nuestros procesadores no lograron decodificar por su complejidad (unas pocas están señaladas con reemplazos fonéticos), y ciertos conceptos que tampoco fueron capaces de asimilar. Nuestro “Negociador de lenguajes” hizo posible la comunicación durante el interrogatorio.

    Extracto N.º 2

    —Díganos su nombre y su procedencia.

    —Néstor Albarracín, cuarenta y ocho años…

    —¿Eso es su…?

    —Sí, “eso” es mi nombre, ¿tan feo te parece, Lux…? Te puedo decir Lux, ¿no? Además, con esa cara medio amarillenta me haces acordar a un tío que vivía mal del hígado. Parecía un chino el pobre.

    —¿Chi-no? —pregunté yo.

    —Sí, un chino, boludo, un ponja, un oriental… —se encogió de hombros y dejó pasar un lapso—. En fin, la cuestión es ahora mi procedencia… Creo que eran las siete y pico de la tarde cuando llegué a casa. Había laburado toda la mañana, después tuve un encuentro. Estaba muerto de “1921514915” (palabra intraducible; creemos que ahí se esconde la clave de su transportación) y me decidí a tomar una…

    El “Negociador de lenguajes” emitió unos horribles silbidos que interrumpieron al sujeto. Luxunsteinen gruñó y dejó ver su mandíbula filosa. Ahí fue cuando el humano se erizó completamente y dejó las bromas a un lado. Por lo menos, de momento.

    —¿Qué esa máquina infernal, carajo…, y esos colores? Me estoy trastornando de verdad… Creo que necesito un psicólogo urgente, o quizá necesite una religión, como decía mamá —balbuceó, tomándose el cráneo con ambas manos. Hubo una fugacidad empática entre nosotros y mis ojos cambiaron a rojos por un instante. Seguidamente, el hombre inspiró y procuró serenarse—. Le decía…, le decía que estaba en mi casa como cualquier tarde. Había vuelto de una cita.

    —¿Qué cita? ¡¿Cómo llegó a Uralia?! —rugió “Lux”.

    —¡Es que no lo sé, simplemente aparecí! Y nadie me envió a esclavizarlos, como dicen ustedes, quédense tranquilos que no mato ni a una mosca. —Expliqué brevemente sucesos recientes de nuestro planeta y el humano no pareció sorprenderse—. Bueno, de todos modos, veo que ya recobraron la independencia…

    —Y así seguiremos —tercié.

    —Muy justo. ¿Puedo continuar ahora? Porque, por lo que veo, aparte de tener cuatro brazos, tienen cuatro lenguas.

    El sujeto entonces nos relató lo que sucedió hace ya unas trescientas veintidós horas uralitas: como si tal cosa, el hombre se había materializado espontáneamente en medio del “Parque de Metales Fríos”, a pocas yardas de Brux (el equivalente humano a “Disneylandia”, según nos contó). Había paz en el lugar, como es natural, pero el humano arruinó todo en un instante. Los uralitas corrían de aquí para allá como si hubieran visto al mismísimo Caos en persona. Si bien fisonómicamente el humano no se alejaba mucho de nuestra anatomía, contaba sólo con dos brazos, y eso podría espantar a cualquiera. Y sus dedos… oh, sus dedos eran tan finos… Una uralita que paseaba por el parque por poco se vaporiza al verlos. Ciertamente, el humano había sembrado el horror.

    Un centinela lo derivó de inmediato a nuestras dependencias para el interrogatorio pertinente. El hombre al principio estaba ido, sumido en un espanto blanco. Aunque es verdad que más asustados estábamos nosotros; quizá se dio cuenta de ello y por ese motivo se tranquilizó más tarde.

    A primeras, Néstor Albarracín Cuarenta y Ocho Años no parecía hostil, por lo que no tuvimos que recurrir a métodos más duros. La conversación fue, dentro de todo, pacífica. Nos explicó que simplemente tenía “1921514915” y suponía que nuestro planeta era producto de aquello.

    El enigma es angustiante.

    Extracto N.º 3

    —Venía de encontrarme con Analía, que es un “1921514915” (deducimos que a las humanas también puede atribuírseles este caso enigma). Imagínense que estaba cansado y necesitaba acostarme…

    —¿Y eso por qué? —pregunté. Cada vez entendía menos.

    —Pero ¿para qué se acuestan ustedes? ¿Es que acaso no “hibernan”, por así decir? ¿No? Bueno, nosotros sí. Y lo que creo es que ¡esto! no es más que un producto fantasioso arbitrario de esa “hibernación”, ¿se entiende? No, no entienden… —expresó, resignado—. ¡Igual qué importa! De un momento a otro esta locura va a tener que terminar. Ya lo van a ver, un ¡pluf! y el “1921514915” acabará.

    Y, para nuestra sorpresa, fue así como sucedió. Nos hallábamos en medio del interrogatorio cuando el sujeto, riendo, se desvaneció por completo. Deducimos ahora que ellos (los humanos) cuentan con un desarrollo en su condición natural altamente avanzado, ya que mediante el “1921514915”, que, según parece, es algo similar a la hibernación, pueden visitar otros mundos. Aunque, por lo visto, ignoran la veracidad de este hecho.

  3. La baulera de Allmanzor: Star Trek, la película – Robert Wise (1979)

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    Amigos navegantes del cosmos Exegesiano, ha llegado la hora de reseñar una película perteneciente a uno de los universos más aclamados pero, a la vez, menos comprendidos de la ciencia ficción. ¿Quién no ha oído hablar de algo llamado Star Trek? ¿Esa serie de televisión, y de películas de las que muchos hablan pero que, en realidad, pocos han visto y menos aún entendido? Del enorme, gigantesco universo de Star Trek, vamos a centrarnos en el que fue su gran estreno en la pantalla de cine:

     

    Star Trek: la película. 1979. Dirigida por Robert Wise.

    Fue durante el año 1966 cuando el director y productor Gene Roddenberry, antiguo piloto de bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial, dio inicio a un sueño largamente perseguido: una serie de televisión que conjugara su pasión por los viajes espaciales, la aventura, la investigación científica y una visión amable y utópica del futuro Humano. Ya desde el inicio se produjo un hecho que marcaría la idiosincrasia de Star Trek para siempre: el episodio piloto de la serie fue en un principio rechazado por ser considerado “demasiado cerebral” para el público. De más está decir que una vez que la serie pudo ver la luz, ese componente “cerebral” contribuyó a darle un respeto y un aire de seriedad que pocas han igualado.

    “El espacio: la última frontera”

     

    Durante tres temporadas, entre los años 1966 y 1969, Star Trek llevó al público de medio mundo a bordo de la nave “Enterprise” (denominación con la que siempre hay alistado un buque en la marina de los EE.UU y que Roddenberry trasladó al espacio) en un viaje por estrellas lejanas, visitando mundos alienígenas de lo más variopintos y proponiendo argumentos de la ciencia que hoy están empezando a no ser tan “ficción”.

    Pero las cosas terminan, y a pesar del relativo éxito de la serie, el número de seguidores siempre se mantuvo en un límite crítico, por lo que tras esas tres temporadas la emisión fue cancelada definitivamente. Durante la década de los años 70, las televisiones de muchos países repusieron periódicamente esos episodios y Star Trek fue ganando una popularidad mayor que la obtenida en el momento de su producción. Así las cosas, los planes para nuevas temporadas con los actores originales estaban en marcha a finales de dicha década. La nueva temporada iba a llamarse Star Trek: phase II, pero el director George Lucas lo cambió todo.

     

    Tras el apabullante éxito de Star wars en la primavera de 1977, se produjo un efecto de imitación: todo el mundo quería subirse al carro de las aventuras espaciales super-tecnológicas. Los directivos de la productora Paramount preguntaron: ¿No tenemos algo parecido? Fue en ese momento cuando el destino quiso que la nueva serie de Star Trek mutara a un largometraje para la gran pantalla que ha quedado no sólo como uno de los momentos cumbre de la saga, si no también como uno de los filmes de ciencia ficción más grandiosos e imaginativos de la historia del cine.

     

    ¿Qué decir del director elegido para llevar adelante el proyecto? Robert Wise cuenta con unas credenciales más que interesantes en el séptimo arte. La única película que montó personalmente, Ciudadano Kane de Orson Welles, le valió una candidatura al premio Oscar. Como director, tocó diversos géneros incluida la ciencia ficción. Películas como Ultimátum a la Tierra (El día en que la Tierra se detuvo) (¡por favor olvidemos la nueva versión del año 2008!), Sonrisas y lágrimas (La novicia rebelde, en Latinoamérica), La amenaza de Andrómeda, o West side story, forman parte indiscutible de la historia del cine.

    Y en 1979: Star Trek: la película.

     

    Tres naves de guerra del Imperio Klingon interceptan una gigantesca nube de energía que cruza su territorio. Tras disparar contra la nube, los Klingon son fulminados sin remisión por la represalia del extraño objeto. Una enorme estación espacial Humana percibe la llegada de la nube energética y es también destruida, no sin antes calcular la trayectoria del intruso: se dirige directamente al planeta Tierra. La alarma cunde entre las autoridades Terrestres que deciden enviar a la única nave en condiciones de interceptar al extraño a tiempo: la USS Enterprise NCC-1701, con toda su tripulación original. Tras un emotivo (aunque tal vez demasiado extenso) paseo por el exterior de la Enterprise, el capitán James T. Kirk se reencuentra con los antiguos personajes y otros nuevos. Juntos parten al encuentro de la nube asesina, iniciándose un viaje no sólo para salvar a la Tierra, si no para descubrir las complejidades personales de algunos de los protagonistas, así como ciertos indicios del futuro al que conduce la tecnología Humana. Cuando tienen conocimiento de que un ente inteligente llamado V’ger controla la nube, y lo que oculta en su interior, las dudas aumentan. Pero es al descubrir que V`ger considera como parásitos a los seres vivos que pueblan el Enterprise cuando los verdaderos problemas comienzan, y se inicia una lucha de intelecto y deducción para detener al extraño en su camino a nuestro planeta.

    Esta primera película de Star Trek, aunque soberbia, no era del todo original ya que se trataba de una ampliación de uno de los episodios de la serie de los 60. Eso sí, se aprovechó y profundizó aquel argumento de forma magistral dotando al filme de un misterio y calidad narrativa muy superior al de otras producciones nacidas a la sombra de la obra de Lucas. Aquí no veremos épicas batallas espaciales (aunque también cuenta con algo de acción) si no que la gran historia de fondo, el misterio que plantea el extraño visitante, la búsqueda de respuestas por parte de algunos de los personajes y las enormes revelaciones finales forman un conjunto de una clase y maestría inigualables. Y esa es la mejor forma de definir el resultado: clase. La magnificencia de los escenarios por los que majestuosamente avanza la nave Enterprise, los trascendentes diálogos y revelaciones, todo está al servicio de una obra con una buena historia que contar y que, por desgracia, representó el punto álgido de la saga nada más empezar.

    Star Trek continuaría con nuevas películas durante los años 80 y 90. Algunas buenas. Otras claramente mediocres. Pero ninguna lograría ya esta calidad argumental de la primera parte. Más series de Star Trek nacieron en esos años, con nuevos personajes, y la franquicia se convirtió en el producto televisivo con mayor número de Spin offs (series basadas en otra anterior) de la historia. Y en el año 2009 se estrenó la Precuela (Por favor, líbrennos ya de ellas) en la que se cuentan los inicios del capitán Kirk, el oficial científico Spock y demás personajes. Un film que tuvo buena acogida, a costa de traicionar en cierta medida su espíritu para acercarse más al planteamiento de Star Wars.

    Star trek: la película, quedará como otro hito de la verdadera ciencia ficción. Aquella que hace menos hincapié en la fantasía y la aventura, pero que plantea argumentos imaginativos sobre el futuro de la humanidad y, en este caso concreto, sobre los peligros que las decisiones tecnológicas pueden acarrear. Una película pausada, incluso lenta, pero que juega con el misterio y el ansia de conocimiento puro. La frase con la que el oficial Spock define al visitante es de lo más explícita: “V’ger posee conocimientos que abarcan todo el universo, y sin embargo está vacío…”

    Una obra que sin duda hay que ver para decidir definitivamente si se está a favor o en contra del universo Star Trek. ¡Larga y próspera vida!

  4. El gen de la muerte

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    ¿Lo has hecho?

    Elena me mira con sus ojos almendrados, inquieta. Anhela una respuesta afirmativa que aleje su desasosiego.

    Sí, mañana podrás verlo en los titulares de los periódicos.

    Se relaja, imprime un bamboleo al sillón-mecedora con objeto de distender una musculatura de gata satisfecha. Acaba por exteriorizar su buen humor y pide un capuchino.

    Que no te reconcoma tu mala conciencia. Has hecho lo que debías hacer.

    Adivina mi pesar e intenta consolarme.

    Retrasaremos el descubrimiento, pero, ¿por cuánto tiempo? Habrá otros que reemprendan la misma línea de investigación.

    Eso déjalo de nuestra cuenta, somos muchos y estamos por todas partes.

    Enciende un cigarrillo y aspira ávida, como si pudiera agotar todo el oxígeno del local de una sola bocanada.

    Ahora será mejor que no nos veamos por un tiempo.

    Traviesas volutas de humo se enredan en sus rizos oscuros.

    Sí, claro, por supuesto, será lo mejor…

    Apaga el cigarrillo contra el cenicero como en un arrebato, espachurrándolo sin piedad. Me siento consumido al igual que la colilla moribunda cuyo humo se diluye en la atmósfera cargada de la cafetería. Consumido por esta dama seductora de la que apenas sé nada.

    La dama se levanta.

    Cuídate, Frank.

    Me besa en la mejilla. Un beso frío, inerme, sin vida.

    La veo alejarse entre mesas y sillas, entre gente ociosa de caras anónimas. Aún no ha llegado a la puerta y ya su silueta grácil, de paso altivo, se desvanece ante mis ojos. Sé que nunca más volveré a verla.

    ¿Por qué me dejé arrastrar por esa mujer? Sus argumentos eran convincentes; pero había algo más, un influjo tal vez. Un hechizo, me atrevería a decir.

    Todo empezó durante una conferencia del profesor Ramírez, uno de los científicos que habían cartografiado el mapa del genoma humano. En la conferencia, el Doctor disertaba junto a diapositivas de salmones.

    Los salmones, después de un arduo viaje, acuden a brezar al riachuelo que los vio nacer. Una vez realizado el desove, quizás respondiendo a un estímulo fisico-químico presente en el agua, caen en un declive acelerado de decrepitud física y mueren a los pocos días, de puro viejos. Se les ha activado un gen que lleva a sus organismos al colapso. El gen de la muerte.

    Sí, amigos, ese gen existe. Piensen en las posibilidades de poder identificarlo, aislarlo, analizarlo… y anularlo. Piensen en lo que supondría poder suprimir la fecha de caducidad insertada en cada uno de nosotros. Prometeo brindó el fuego a los seres humanos, la ciencia puede obsequiarles con la inmortalidad.

    La conferencia iba dirigida a hombres de negocios, con el propósito de recaudar fondos para las investigaciones del Doctor. Aún así, me dejé envolver por la brillantez de los argumentos del hombre de ciencia. Durante toda su disertación flotó una palabra en la sala, una palabra con connotaciones y posibilidades apenas imaginables: inmortalidad. Su significado, confeccionado en un contexto tan didáctico como asequible, me hizo soñar con la posibilidad de aprisionar el tiempo con los dedos. Un sueño que me llevó a trabajar en el equipo de Ramírez, en su búsqueda de la inmortalidad.

    Al principio nos movimos a ciegas por los cimientos básicos de la arquitectura del cuerpo humano. La información estaba ahí, en alguna parte. Solo cuatro letras, recombinadas hasta la saciedad, bastan para construir un paramecio o un hombre, cuatro letras de ingeniería exquisita, alfabeto atómico de fósforo y oxígeno, letras de impresión molecular a las que llamamos “nucleótidos”. En ellas rastreábamos un atisbo, de entre el conglomerado difuso de ese código de barras, que nos permitiera descubrir el punto de incisión que hace de la vida levedad y de la muerte olvido.

    Inmersos en el vasto océano del código genético, compuesto por más de 100.000 genes, empezamos a descartar playas desiertas, islas deshabitadas y costas de traidores bajíos. Una gran parte del multitudinario ejército de genes eran considerados ADN “chatarra”, genes “flotantes” cuyas cadenas se superponen al ADN “utilitario”, esos genes “productivos” a través de cuyos químicos enlaces nos sometemos a las leyes de la herencia. Aún así, provisto de brújula y mapa, nuestro barco no llegaba a buen puerto; lo cual nos hizo pensar que las costas no estaban cartografiadas con el debido detalle. Por ello, decidimos sumergirnos en la “chatarra”. El trabajo se volvió lento y tedioso y empecé a perder el entusiasmo. Entonces conocí a Elena.

    Desde el inicio de nuestra relación no me ocultó su militancia de activista política al margen de la ley, ni que nuestro encuentro no había sido casual. Pese a todo, continuamos viéndonos.

    Siglos de opresión de los poderosos, de prebendas, de despotismo, de explotación y sangre. Lo único que iguala a los privilegiados de la Tierra con los desposeídos de todo, es la muerte. Y tú y tu equipo pretendéis ahora suprimir ese último reducto de justicia. Justicia natural, pero justicia al fin y al cabo.

    ¿Cómo crees que reaccionará esa mitad del mundo privada de participar en la orgía consumista que la otra mitad restriega ante sus ojos, cuando se les diga que no sólo deben renunciar a la compra de un televisor, sino también a una vida indefinida cómodamente sentados frente a él? Habrá revueltas y sublevaciones por todo el mundo.

    Y aún suponiendo que el tratamiento de inmortalidad llegue a convertirse en algo económicamente asequible para una gran parte de la humanidad, piensa en lo que ello representaría para el medio-ambiente y para la supervivencia de la propia sociedad humana. La población crece de forma exponencial, eso significa que en cuarenta años el número de gente se duplicará. Pasaremos a ser 12.000 millones, una cifra que aumentará con el añadido extra de pseudo ancianitos conmutados a los que tú, Ramírez y el resto de su laboratorio, pensáis invitar a la escenificación de esta futura explosión Maltusiana acomodándolos en asientos de primera fila. Estáis jugando con el poder más terrible desde la bomba de hidrógeno. En vosotros recaerá la responsabilidad del suicidio colectivo de una civilización entera.

    Argumentaba la chica apoyándose en un copioso alarde de razones, difíciles de demoler. Razones expuestas con aquella arrebatadora belleza hipnótica.

    Un día Ramírez apareció eufórico en el laboratorio:

    No existe el gen de la muerte, en realidad hay más de uno, hay muchos. El cuerpo humano es una composición de sistemas integrados, la decrepitud afecta por igual a ojos o riñones. Tenemos que dirigir nuestra búsqueda hacia aquellas secuencias repetidas que no participen en la formación de proteína, que estén a la espera de algún tipo de instrucción química para ser activadas.

    Al cabo de un tiempo empezamos a identificar secuencias.

    Debes hacerlo ya, hoy mismo, sin dilación.

    Elena vino a verme a mi casa. Depositó un maletín oscuro sobre la mesa de mi sala de estar, junto a un florero. Como si quisiera impregnarlo de inocencia con la sola aproximación a un amasijo de flores.

    ¿Es lo que yo creo?

    No lo abras, si eso tiene que hacer temblar tu determinación. Sólo tienes que colocarlo en algún rincón del laboratorio y marcharte.

    Sopesé el maletín. En contra de lo esperado, era bastante liviano. Su peso parecía ficticio, no se correspondía con la carga de un objeto capaz de truncar un sueño colectivo y de arruinar una vida? Mi vida.

    Nos veremos mañana a las nueve, en el café Persépolis.

    Abandonó mi casa con gran sobriedad de gestos, con el sigilo de una tigresa.

    Han pasado sesenta años desde entonces. Ramírez y todos mis compañeros murieron en la explosión. La organización subversiva a la que Elena decía pertenecer reivindicó el atentado, librándome de sospechas policiales. Podía haber compartido un Premio Nobel y ahora sería rico, influyente e inmortal y no el anciano lastimoso que estuvo a punto de cazar la eternidad armado de una probeta.

    Llaman a la puerta, acudo a abrir con mis pies de viejo arrastrándose por el embaldosado. El aire frío del exterior abofetea mi rostro, observo atónito la figura que se yergue ante mí.

    Entonces comprendo que no es sólo una cuestión de estímulos fisico-químicos en el agua de desove de los salmones, que además de la instrucción enlatada en cada una de nuestras células, que activa los genes de la muerte, interviene un designio inapelable en el biológico acontecimiento del fenecer. La muerte misma viene a por ti, poniendo en marcha la culminación del proceso génico de oxidación celular.

    Elena no ha envejecido. Hermosa y grácil como la recordaba, me mira con aquellos ojos suyos, tan almendrados.

    Hola Frank. Hoy se cumple tu fecha de caducidad.

  5. Historias de la galaxia 1. Bíblico.

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    1En el principio, sólo había vacío y silencio. 2Entonces, las Diosas hicieron la luz. La luz fue una explosión, y se hicieron estrellas. 3Después, las Diosas enfriaron las estrellas, e hicieron materiales. Y moldearon los materiales, y los planetas, los asteroides y los cuerpos celestes fueron creados, girando en torno a las estrellas. 4Vieron las Diosas que esto era bueno, y por tanto, hicieron más materiales. Y con ellos hicieron planetas grandes y pequeños, planetas de hielo, y planetas de gas. 5Entonces las Diosas crearon la gravedad, y desperdigaron los materiales de modo que los planetas pudieran nacer y morir una y otra vez. Y dijeron las Diosas: “así será hasta que la gravedad vuelva a juntarlo todo en una sola luz”. Y vieron que esto era bueno.

     

    6Vieron las Diosas que el mundo aún podía ser más bello, y crearon otras fuerzas. 7Y entonces los planetas ya no permanecían estables, sino que hubo aún más materiales, y se alzaban montañas, y había erupciones y ríos y valles y océanos. 8Y buscando extender aún más la belleza, las Diosas crearon la vegetación, y hubo flores de todos los tamaños y colores y grandes árboles que se alzaban sobre las montañas y raíces que se extendían sobre planetas enteros.

     

    9Vieron las Diosas que esto era bueno. Y como las Diosas no tenían ojos con los que observar, dijeron: 10 “Crearemos la mente, para que nuestra creación pueda observarse a sí misma y vea su belleza”. 11Entonces las Diosas crearon la mente, y con ella la curiosidad, y distintas especies y razas, y se cruzaron y fueran bellas. 12Así, en su infinita sabiduría, las Diosas hicieron que la mente también fuera bella.

     

    13Millones de años después, las Diosas volvieron a juzgar, y vieron que había una especie más bella y sabia que las otras, en un planeta que llamaban Tierra. 14Y dijeron las Diosas: “Ésta será la especie elegida”. Y crearon la electricidad, y así dieron poder a la Especie. 15Haciendo honor al poder que le habían dado, la Especie formó el Imperio. 16Y así, educaron a las especies y razas que no habían sido bendecidas con una mente semejante. 17Y dijeron también las Diosas: “Sea la Especie bendecida con la vida eterna por sernos fieles”, y crearon los volcados de memoria donde la conciencia podía seguir existiendo aún muerto el cuerpo.

     

    18Vieron las Diosas que esto era bueno, y se retiraron una vez más.