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  1. Número 12

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    Julio – agosto 2011. 79 páginas.

    En el número doce de exégesis, los autores de habla inglesa continúan presentando buenos trabajos, complementándose con las historias cortas y los relatos ilustrados. Las series continúan creciendo: Europa, Óxido, Colapso, La cúpula de los exégetas, Efemérides, Nuestro discreto apocalipsis y Éxodus. Llega una nueva sección: El ojo del exégeta, en la que autores de la revista ejercerán de críticos de la misma. Como ya es costumbre, Allmanzor nos abre su baulera. Y no olvidéis los extras, ésta vez con remasterizaciones de cómics además de los habituales wallpapers. Finalmente, el correo de los lectores.

  2. Convocatoria para autores de cómic.

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    SUSTITUTO, un despacho de proyectos visuales con cede en la ciudad de México, extiende una invitación a todos aquellos artistas interesados en publicar su trabajo en una antología de narrativa gráfica de America Latina, un evento inexplicablemente inusitado en estas latitudes.

    La invitación es absolutamente abierta, y se pueden mandar proyectos ex profeso o hechizo para este tomo, cuyo nombre actualmente es un misterio. El comunicado oficial se encuentra en www.sustituto.com.mx donde se abarcan todos los detalles, y los interesados pueden enviar su trabajo a info@sustituto.com.mx donde a diario llegan correos con proyectos de lo más bizarros y preguntas de lo más abstracto. El tomo final buscará evocar lo que la buena narrativa gráfica evoca: miedo, humor, y sobretodo, . Exhibir el cinismo y talento de sus creadores.

    En este momento se han recibido ya propuestas de países como Perú, Chile, España y Japón. Solo falta que mandes la tuya; la fecha límite es el 15 de octubre.

  3. El hombre de las arenas

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    El hombre de las arenas

     

    ¿Qué quedaba por hacer, salvo extenderle la mano?

    Lo había despertado en la noche. No lo había despertado bruscamente. Le había tocado el hombro, casi una caricia había sido. Quería evitar el ruido, no porque quedara alguien —alguien vivo— en la fortaleza. Tampoco porque fuera de maneras delicadas, sino porque estaba agotado de tanto matar. Y lo había hecho bien. Matar, quiero decir. O por lo menos eso suponía el hombre que yacía en la cama, cubierto hasta el cuello con las sábanas, mientras escudriñaba la figura que esperaba entre las sombras. Había derribado la puerta, por lo visto, porque la hoja estaba destajada. Sin dudas el trayecto hasta su cuarto no había sido fácil; nadie dormía nunca en la fortaleza: los centinelas tenían órdenes de turnarse, todos ellos, haciendo pequeñas rondas de relevo. Siempre había alguien. Así que el durmiente se había ido tranquilo a la cama, porque sabía que sus hombres estarían atentos y nadie se atrevería a molestarlo. No tendría que temer incursiones beligerantes. Tanto las paredes de la fortaleza como la pericia de sus vigías velarían sus sueños mientras él descansaba… Pero alguien había entrado. Alguien había venido desde más allá de las negras arenas de Nabokos para penetrar en la fortaleza, matar a todos los guardias apostados en ella y alcanzarlo justo en su cuarto, a un tiro de la cama. Y ese misterioso sujeto —una sombra de pie al lado de su lecho— lo había despertado con un leve roce, casi una caricia, y ahora esperaba que él lo acompañara.

    ¿Por qué?

    Porque la justicia ofrecía una buena suma por su captura, y el hombre de las arenas —un cazador de recompensas, indudablemente— había entrado en su cuarto, luego de acabar con todos sus hombres, para llevárselo y hacerse con el botín.

    —Dame la mano —le oyó decir, al tiempo que le tendía la diestra. Era una mano artificial, presumiblemente hibriomecánica, que esperaba con sus dedos desperezados a que él reaccionara.

    Pero él se tardaba…

    Estaba tapado bajo las sábanas, silencioso, como le pasaba cuando era niño y las viejas le contaban las historias del hombre de las arenas, que venía a buscar a los revoltosos que no querían irse a dormir, y ese recuerdo inconsciente estaba haciendo mella en el adulto que no podía moverse…

    Oyó entonces que se le repetía la orden:

    —¿Qué esperas? —esta vez, la voz sonaba seca y violenta— ¡Dale la maldita mano!

    El yaciente se percató de que el que había hablado ahora no era el hombre de las arenas, no era la figura que se recortaba en las sombras detrás de la mano de aleación, sino la mano misma —alguna clase de extremidad con inteligencia autónoma—, que movía sus dedos espasmódicamente, como garras aviesas.

    El hombre de la cama pensó en la .38 D que ocultaba bajo la almohada, y pensó también en la recortada camuflada en la cabecera del lecho. Bastaría un movimiento rápido, tal vez. Pero no: no contra el hombre de las arenas. Porque el hombre de las arenas había venido desde muy lejos para llevárselo, y un hombre que se decide a atravesar el desierto más peligroso del territorio con la única intención de darle caza, no podía estar jugando; un tipo así, aunque sólo se adivinara —porque apenas era una sombra esperando a un palmo de la cama— no podría fallar nunca en su cometido. Y la mano que ahora esperaba impasible a que él le tendiera la suya no parecía tener intenciones de moverse ni en un millón de años, y si los siglos pasaran, seguramente, seguiría estando allí: extendida como las sombras que se adelantan bajo las lunas desérticas, irremisible como la muerte, mortuoriamente envuelta en tinieblas.

    Así que el hombre se decidió por fin: apartó las sábanas, se levantó y se vistió. Luego se lavó la cara para despabilarse, y, finalmente, le extendió la mano al desconocido, que la asió fuerte para inmovilizarla con un grillete de energía. Entonces se abrió la puerta y ambos hombres —cazador y presa— emergieron a una galería infestada de cuerpos baleados y caminaron hasta la salida.

    Soltó la risa. Pensó que iba como un niño, de la mano de un adulto. Pero el adulto era… el hombre de las arenas. Se acordó del remate final que las viejas le daban a sus cuentos: “¡Ya viene el hombre de las arenas, ya viene a llevarte!” Tal vez todo esto fuera un sueño; tal vez era un niño aún, acostado en la cama, soñado que era un adulto que soñaba con el hombre de las arenas —las viejas asustaban, de veras, y sus pequeñas víctimas se iban rápido a la cama—; pero no: la mezcla de olor a sangre y pólvora era demasiado real y punzaba el olfato. Miró al hombre de las arenas: un hombre de unos 40 años, con un cigarrillo en los labios y una mirada aguda bajo el ala amplia de un sombrero… Había algo de marcial en su aspecto —nada extraño: muchos excombatientes, terminada la Gran Guerra, se habían convertido en cazadores de hombres—; sin embargo, juntó coraje, y se atrevió a abrir la boca:

    —¿Cómo te llamas? —le preguntó.

    ¡Mala idea! El hombre de las arenas se volvió, y le aplicó un revés que lo envió al suelo; pero no se conformó con eso: lo empezó a patear, con tal fuerza, que lo arrinconó contra la pared. Luego se inclinó sobre él, lo asió con la mano artificial y lo izó. Lo contempló a un palmo de su cara: olía a peste, a vino, a hierro herrumbroso sobre mares de sangre.

    Entonces lo soltó y le contestó:

    —Temístocles.

    Estaba hecho un estropajo, pero logró incorporarse urgido por el apéndice artificial que lo impelía a sacudones. Oyó que el hombre de las arenas le decía:

    —No vuelvas a preguntarme nada.

    La prótesis robotizada agregó:

    —Tampoco me hables a mí… ¡Aunque puedes llamarme “Taco”, si es que quieres que te haga pedazos!

    ¿Oía algo el adulto, el hombre que marchaba asido por la muñeca, el maleante que la justicia buscaba por crímenes aberrantes cometidos durante años? No… Porque aquel bruto había quedado enterrado bajo oleadas de recuerdos infantiles, que se repetían con ecos de nana-cuenta-cuentos en una mente lejana, propia de un cuerpo que ya no le pertenecía, puesto que no era ése su cuerpo, el que ahora avanza por entre las filas de hombres rotos, sino uno pequeño, que aún no ha salido de la cama, y que espera tapado hasta las narices con las sábanas, mientras un aliento a ajo se inclina sobre él y le repite: “¡Ya viene, niño, ya viene!”

    Están lejos ya de la fortaleza —un fantasma arquitectónico que algún día despertará severas leyendas—, como dos puntos pequeños en un tembloroso horizonte de estaño fundido. De vez en cuando, el adulto asoma —lo mataré antes de atravesar la frontera, lo alcanzaré con el filo que tengo en la cintura, alguno de mis hombres habrá sobrevivido—, pero, no, claro, porque el niño tiene miedo, y, aunque el adulto consciente no lo sospeche —jamás lo hará—, el miedo es más fuerte, mucho más fuerte, ya que es el miedo a mirar bajo la cama, y el que nos advierte que por nada del mundo intentemos abrir la hoja de nuestro ropero, y el que, finalmente, nos alcanza con la mano del hombre de las arenas…

    Así que, ¿qué otra cosa quedaba por hacer, salvo extenderle la mano y marcharse lejos, muy lejos, más allá de las lunas que se debaten en ascenso sobre las arenas negras de Nabokos, a una tierra de Nunca Jamás?

    Hay que irse, sí…

    Como un niño bueno.

  4. La baulera de Allmanzor: Heavy Metal.

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    Compañeros del cosmos Exegesiano. Amigos del viaje visual y mental. Llega el momento de hablar de una película que conjuga perfectamente nuestra pasión por el cómic y la ciencia ficción.

    HEAVY METAL, 1981.

    Dirigida por Gerald Potterton, esta coproducción entre Estados Unidos y Canadá constituyó la plasmación animada del contenido de la revista de comic adulto del mismo nombre que se publicaba en

    América del Norte, hermana de la francesa Metal hurlant y la española 1984.

    El proyecto se planteó como una serie de sketches de animación de algunas de las historias que habían aparecido con anterioridad en la revista, pero unidas todas bajo un hilo conductor común: el Loc-nar, una esfera verde que constituye la suma de todo el mal del universo.

    Asistimos de esta manera a una película dividida en capítulos, que nos muestra la codicia, la perdición y la desgracia de unos personajes pintorescos y curiosos.

    El principio no puede ser más llamativo, con un trasbordador espacial llegando a la Tierra y del cual sale un astronauta pilotando un coche deportivo de los años 50, en caída libre hacia la superficie del planeta, para pasar después a una Nueva York futurista. A través de esta película, viajaremos a mundos antiguos dominados por la superstición, a gigantescas estaciones espaciales donde se juzga a criminales con una lista de delitos interminable (“Declárate culpable, Stern, a lo máximo que podemos aspirar es a que te entierren en un lugar secreto para que no violen tu tumba…”), y veremos pilotos zombis en un bombardero perdido en la noche, y extraterrestres drogadictos rumbo a una astronave con destino desconocido… En fin: un auténtico derroche de situaciones rocambolescas adornadas con ácido sentido del humor, sexo y buena música.

    La música, precisamente, merece mención especial, al reunir a un puñado de los artistas más potentes de la época. Canciones pegadizas y bien integradas en la película, acompañando de forma excepcional algunas de sus secuencias, pero que comparten espacio con piezas orquestales al estilo de los grandes scores cinematográficos y que hacen que el segmento final, titulado Taarna,  adquiera un aire apoteósico.

    Como anécdota, señalamos la participación del dibujante argentino Juan Giménez, quien se hizo cargo del diseño de personajes, ambientes y story-board del segmento titulado Harry Canyon.

    Y como advertencia, conviene saber que existe una continuación: Heavy metal 2, de 1999, que como no podía ser de otra manera carece por completo de la magia, el humor y la genialidad de la primera.

    En conclusión: estamos ante una película de culto que goza del atractivo de estar íntimamente relacionada con el comic y la ciencia ficción. Una película con mucho humor, acción y mundos extraños. Puede que peque de excesivo lenguaje vulgar, pero quien suscribe no puede evitar las carcajadas ante algunos de los diálogos de la cinta.

    Perdérsela, es perderse el pasaje para un viaje indispensable.

  5. El cometa

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    Lo habían escrito en la prensa los sabios más afamados. Esta noche llega el Cometa engalanado de una cola nupcial tejida de jirones de estrella, una cola de gases tóxicos que amenaza con envenenar a media ciudad, a media campiña, a medio país. Por las esquinas, en cada tenderete y en cada posada, venden máscaras fabricadas con la tosquedad del desconcierto, en un intento por guarecer los pulmones de los humores perniciosos del astro vagabundo. Pero esta medida profiláctica quizá no sirva y anda el personal en el trajín de testamentar bienes,  con la esperanza de que algún hijastro pródigo, algún nietecito o concubina, resista los avatares del cielo y de la tierra.

    Yo, que nada tengo, ni nada he dejado a medio concluir, instalaré mi mejor sillón en la terraza para apoltronarme en él. Quiero ser un espectador cumplido y fiel de este fin de todo, dado que no pude asistir al nacimiento del mundo por motivos de una longevidad de escaso recorrido, no quisiera perderme el momento de su defunción.

  6. Colapso – Capítulo 5

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    5-EL CONSEJO DE ADMINISTRACION.

    Un defecto.

    Un defecto en el modelo de funcionamiento primordial del mundo. Eso es lo que dice el informe. Hay un defecto en el modelo de funcionamiento primordial del mundo.  Y aquí empiezan los problemas.  El mundo. ¿Qué mundo?

    Una copia del informe permanece delante del campo de visión del Presidente, que poco a poco se está nublando debido a Dios sabe qué combinación algorítmica de cálculo de emociones y respuestas simuladas.  Sin embargo, la palabra ‘defecto’ no se desvanece como el resto del texto. Sigue ahí.

    No falta nadie en la sala.  Todo el Consejo de Administración está presente.  Aunque ese sea su nombre, en realidad se trata de un grupo de lacayos del Presidente, todos con su participación en la compañía, y por lo tanto, su participación en los beneficios; pero en una proporción tan mínima y con un poder de decisión tan limitado, que bien podría tratarse de una reunión familiar en la que está a punto de dictarse la voluntad del patriarca.

    El orden en el que están sentados los miembros del consejo de administración es el orden marcado por el Presidente: seis a un lado de la mesa y, en simetría perfecta, seis al otro lado de la mesa. Sorensen en el frontal. Todo en orden, todos bien vestidos, impolutos. Todos visten traje gris oscuro, camisa blanca y corbata.  Lo único que diferencia a algunos es el color de la corbata. El que hoy no haya elegido para su corbata el color corporativo puede que tengan algún problema.

    El color corporativo de la compañía es el azul. El color más opuesto al azul es el rojo. El que haya elegido hoy el color rojo para la corbata puede que tenga algún problema.

    El motivo de la reunión: Un defecto.

    Un defecto.

    Por lo tanto, ahora Sorensen necesita algunas explicaciones.

    -¿Y bien?

    Su pregunta favorita.

    -Señor Presidente, he de indicarle antes de empezar que el informe del gabinete del Sr. Solanki fue recibido y analizado en el momento de su primera emisión, si bien fue leído en su día con cierto escepticismo.

    Lo que pasa por el pensamiento de los miembros del consejo de administración de la compañía debe parecerse a lo que pasa por el pensamiento de un alumno de escuela primaria al que por sorpresa le acaban de hacer una pregunta de la cual no sabe la respuesta.  Unos segundos y habrá pasado, el niño quedará en ridículo, y el profesor dirigirá la pregunta a otro desafortunado alumno.  Sólo unos segundos y todo habrá pasado.  Que conteste otro.

    -¿Escepticismo? –Sorensen está dispuesto a hacer tan sólo preguntas. Inquisidor; esa ha sido durante años una de las cualidades por las que se le conoce. Inquisidor; le gusta la palabra. Él pregunta, el resto contesta, no importa quién. Es así como funciona.

    -Sí, señor, los analistas contratados descartaron algunos de los condicionantes de los que habla el informe por ser… demasiado pesimistas.

    Ningún miembro del consejo va a repetir en las respuestas; pasa tu turno, has salvado el pellejo.

    -Caballeros, he leído todas y cada una de las páginas de este informe.  Se les está hablando recurrentemente de un defecto en el modelo de funcionamiento, un defecto de fondo, algo que desde el principio no funciona, ¿me pueden explicar la forma en que se han pasado por alto tantas cosas como para que el informe nos inste a resetear el sistema y nadie haya hecho nada al respecto? No olviden que ustedes son tan responsables como sus subordinados de todo lo que ocurra en ARK.

    Silencio.

    Él había sido un simple programador, tan sólo quince años antes de iniciarse el Volcado. Lo recuerda muy bien. ¡Claro que lo recuerda, joder! El Volcado fue perfecto.

    -Señor Presidente, tenemos pruebas concluyentes de que el sistema funciona excepcionalmente bien.

    -Querrán decir ustedes ‘funcionaba’.

    -El sistema se autorregula, señor Presidente, eso es algo inherente en él. Y es algo que usted aprobó antes del Volcado.

    -¡Escúchenme! Recuerdo perfectamente cuándo aprobé y firmé el modelo económico. Y recuerdo perfectamente que se me presentó un modelo económico de mercado libre que seguía patrones regulares, un mercado libre que arrojaba constatemente buenos resultados. Se realizaron cientos de simulaciones, con todo tipo de variables. Señores, saben que las finanzas no son lo mío, y por eso me rodeé de los mejores, y por eso están ustedes aquí. Y por eso el Volcado les salió totalmente gratis a todos ustedes. ¿Y ahora me pueden decir qué es lo que ha fallado?

    Las finanzas no son su punto fuerte. Sorensen no estudió economía, ni siquiera cuando fundó ARK. Él pertenecía a la parte técnica de la industria de realidades sintéticas. Programador.  Tan sólo programador, sí, pero lleno de ambición. Sorensen se considera un ser superior en ese sentido. Sin grandes calificaciones académicas, supo aprovechar sus oportunidades, y ahora, cuando se ve sentado en la silla de Presidente, piensa en lo pusilámines y desdeñosos que son todos los que no han conseguido lo que él ha conseguido a base de esfuerzo y algún que otro golpe de suerte.

    -Hay varios factores que han influido, señor Presidente. Para empezar, el hecho de que sea un sistema piramidal parece ser que tenía ciertos riesgos. Las aportaciones de capital provienen íntegramente de los fondos de pensiones iniciales, pero esos fondos nunca han sido ilimitados.

    Los miembros del consejo de administración van exponiendo sus teorías, uno tras otro, como si de la misma persona se tratara, usando los mismos términos, en el mismo tono de resignada sumisión.

    -Además, se trata de un sistema basado únicamente en el consumo de servicios.

    Sorensen casi está perdido entre las palabras de sus interlocutores. Recuerda aquellos viejos días en los que, enmarañado en los cables de circuitería, perdía la paciencia y le entraban ganas de lanzar todo por la ventana. Ahora las palabras le parecen pequeños componentes de hardware preshistórico que se van perdiendo entre los microcables de su cerebro sintético. Y entonces vuelve sobre sus días de gloria, los días en los que ideaba junto a sus empleados el proceso del Volcado, aquellos días en los que tenía la sensación de estar haciendo algo grande, y decide llevar la conversación a ese tiempo, que es lo único que últimamente le trae buenos recuerdos. Su gran momento.

    -Pero quisimos un sistema que fuera idéntico al sistema que había antes del Volcado.

    -Bueno, señor Presidente, salvando las distancias.

    Sorensen no cree lo que está oyendo. El Volcado fue perfecto. Ese grupito de inútiles académicos está calificando su gran invención de burda imitación.

    -¿Salvando la distancias? Díganme, señores…. ¿Qué distacias son esas? El Volcado fue perfecto, en todos sus aspectos y matices, tuvimos más de cincuenta años, nada menos, cincuenta años para asegurarnos de que todo había ido bien. ¿Y ahora me hablan de distancias que hay que salvar? Díganme, señores, qué distancias son esas que hay que salvar.

    -Bien, señor, el sistema económico anterior al Volcado se basaba en la creación de riqueza a partir de la producción de bienes, que creaba puestos de trabajo; el dinero ganado por el trabajo se utilizaba para el consumo de los bienes producidos. Existía un equilibrio entre la división del trabajo, los bienes producidos y los bienes consumidos. Cuando este equilibrio se rompía, ocurría un crack financiero o una crisis económica.

    Pasa la palabra.

    -Con el Volcado el sistema que se creó era sensiblemente…. Diferente.

    -¿Cómo de diferente?

    Otro miembro del consejo al que sólo se le distingue del resto por el color de su corbata, asume ahora el papel de alumno a punto de quedar en ridículo.

    -Con el Volcado, señor Sorensen, la base del sistema, como lo decíamos antes, pasó a ser compuesta por los fondos de pensiones que aportaron los usuarios, los cuales, obviamente, no se utilizan para producir bienes, sino para pagar servicios.

    -Permítanme recordarles que esos servicios son la base de nuestra economía. ¿Qué importa si en lugar de fabricar barcos y aviones, las personas ahora pagan por realidades sintéticas en las que viajan en barcos o aviones?

    Otra corbata, la misma voz, el mismo dicurso.

    -En realidad, sí importa, señor. Se trata de valores intangibles, es lo que quisimos en su día.

    En tono condescendiente, Sorensen vuelve a los días anteriores al Volcado.

    -No había elección para la Humanidad, caballeros, no lo escogimos, ARK salvó a toda la raza humana de morir en un planeta que se estaba convirtiendo en un desierto. No había elección, ARK preservó a la raza humana.

    Si hubiera alguna forma de hablar en mayúsculas, habría dicho ‘raza humana’ en mayúsculas.

    Silencio.

    Otra corbata, misma voz, esta vez algo más titubeante, si cabe.

    -Bueno….ejem… señor, ARK preservó a la parte de la raza humana que pudo pagar el Volcado.

    -¡Y esa parte fue mucha gente! Inventamos este modelo económico que permitiera precisamente eso, que a partir de una aportación mínima al principio, y mediante re-invertir esos fondos en empresas de servicios de realidad sintética, a base de que esas realidades y sus diferentes niveles fueran utilizadas por los usuarios, esa mínima aportación fuera creciendo para poder mantener los soportes físicos, los cuales, les he de recordar, son indecentemente caros. ARK y sus propietarios estuvieron dispuestos a empezar la actividad con pérdidas, con grandes inversiones iniciales, si todo iba a contribuir a ayudar a la humanidad a salvarse de la extinción.

    Sorensen no soporta que a veces el resto de los seres humanos no entiendan el bien que ARK ha hecho a la raza humana. Él puso al alcance de casi cualquier persona la posibilidad de escapar a la extinción que se acercaba. Puso al alcance de todo el mundo la vida soñada, la vida eterna, a cambio de tan sólo unos miles de dólares. Mucha gente lo vio como un negocio, y sí, negocio sí lo fue, pero lo importante era que él puso a disposición de la humanidad una vía de escape de la destrucción. ¿Acaso a nadie le recuerda nada el mismísimo nombre de la compañía?

    De joven le encantaba leer las historias del Antiguo Testamento en las que el dios de los hebreos mostraba su poder para destruir o preservar a los seres humanos. Su relato preferido era el del diluvio universal. Toda la Humanidad barrida por el poder infinito de Jehová, a excepción de ocho personas que sí mostraron sumisión al dios del cielo y de la tierra. Era el relato perfecto: el bien y el mal, el principio y el fin, la vida y la muerte. ARK era el nombre perfecto para el vehículo que la malograda raza humana iba a utilizar como salvación. El poder de Dios y la salvación de ocho de sus hijos. Y un nuevo comiezo. Su poder y ARK. Y un nuevo comienzo. Ahora todas las personas podían considerarse hijos suyos.

    Y entonces alguien viene y dice que hay un defecto de fondo en su gran arca de salvación. No puede ser.

    -Bien, hasta ahora les he escuchado atentamente, y como siempre, hay cosas que puedo comprender y cosas que no puedo comprender. Pero al parecer, la situación requiere una acción rápida. Mi pregunta es: ¿Hay algo que hacer? Quiero decir, si lo que dice el maldito informe del gabinete del Señor Solanki que podría pasar ha de pasar, o si estamos a tiempo de hacer algo.

    Silencio de nuevo.  Nadie contesta.

    -Les estoy preguntando, señores, si esta nueva situación va a acabar con nosotros y con la compañía.

    Los miembros del consejo de administración simulan estar analizando datos del informe del Señor Solanki, y de los informes que sus subordinados han elaborado a partir de él. Pero en realidad no analizan nada, ya han hablado todos, han ido hablando por turnos, pero el círculo se ha cerrado. Hay que responder algo.

    Entonces alguien improvisa una respuesta.

    -De ninguna manera, señor, los mercados libres y competitivos que utilizamos son un sistema que no conoce rival para organizar las economías. Existen mecanismos de autorregulación que harán que la situación revierta en nuevos repuntes en los mercados. La economía es un mecanismo estable que se corrige a sí mismo. Debemos confiar en el mecanismo, señor. Así que se deberían analizar de nuevo los sistemas matemáticos en los que se basa el sistema financiero y replantearlos. Algo así como darle un pequeño empujoncito al sistema. Habría que deshacerse de algunos activos tóxicos que se han detectado y volver a dar confianza a los consumidores, es decir, a los usuarios. Parece ser que eso hoy no está ocurriendo, señor.

    -¿Un pequeño empujoncito?

    Le estaban hablando de un defecto de diseño del sistema y acto seguido aquel equipo de empollones y ratas de biblioteca comienza a utilizar diminutivos.

    -Sí, señor. Pequeño. El sistema financiero, se podría decir que se comportaría como un cuerpo suspendido en el espacio al que si se le aplica una fuerza con una cierta aceleración asociada, es decir, un empujoncito, este tomará velocidades cada vez más altas en la progresión del tiempo.

    De nuevo empieza la rueda de intervenciones de toda la gama de colores de corbata.

    -Si solucionamos lo de los activos tóxicos, podremos ver dónde estamos exactamente con respecto al apalancamiento total de la economía. Parece ser que los problemas de liquidez se han producido debido a un ralentizamiento en la recuperación de créditos concedidos a usuarios en el momento del Volcado.

    Diminutivos. La forma en la que una madre habla a su bebé. La forma en la que las niñas de la escuela primaria hablaban entre ellas. Individuos con sueldos multimillonarios utilizando diminutivos. Definitivamente, Sorensen se siente rodeado de niñitas con acné.

    -Así que un pequeño empujoncito.

    Silencio

    -Está bien, el sistema está en sus manos, caballeros, denle el empujoncito que necesita, o empujón grande, o lo que sea.

    Fin de la reunión. Sorensen no consigue entender nada. Un defecto en el modelo de funcionamiento primordial del mundo. Y nadie se había dado cuenta. Bueno, sí, el Señor Solanki, pero nadie le hizo ni caso. De hecho, él mismo tampoco le suele hacer demasiado caso. Siempre ha considerado a Solanki un soñador. Alguien que ha pasado por casi todos los niveles de realidad opcionales es un soñador.

    Aunque le trae bastante sin cuidado; si por él hubiera sido, los niveles de realidad opcionales no habrían existido. O al menos que fueran opcionales. Fue cosa del Gobierno.

    El Gobierno. Menudo atajo de vividores. Quien en realidad trabaja para el progreso es ARK, y él mismo. Y no el Gobierno. Sus teorías éticas y sus códigos religiosos. Y los niveles de realidad opcionales, algo que tan sólo sirve para tener a la gente desconcentrada, demasiado desconcentrada de su trabajo y de sus obligaciones.

     

    Sorensen vuelve a recordar aquellos grandes días en los que configuraron la nueva realidad, lo que iba a ser el mundo real después del Volcado.

    Después vino todo eso de los niveles de realidad opcionales, los movimientos de los grupos políticos y aquello de que el nuevo ser humano tenía la necesidad y el derecho de disfrutar de varios niveles de realidad. Y no pudo hacer nada al respecto, es lo único en lo que tuvo que ceder frente a las presiones de la clase política.

    Niveles de realidad opcionales. Menuda gilipollez.

    Hoy no tiene buen día, es como si todo estuviera ocurriendo lentamente, como una película en cámara lenta.

  7. El ojo del exégeta – Antonio HG

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    Bienvenidos, queridos exégetas, a esta nueva sección donde revisaremos junto con los autores de nuestra revista los momentos más memorables de esta aventura compartida que ya lleva dos años acopiando cómics y ciencia ficción. En esta primera entrega, dejamos el honor a uno de los dibujantes más prolíficos de estas páginas virtuales: AntonioHG

    EL OJO DEL EXÉGETA por Antonio HG

    Comienzo esta nueva sección hablando de una de las series más divertidas, impactantes e innovadoras que leo desde hace mucho tiempo. Se trata de las aventuras de la joven Abril en ‘El cielo está enladrillado’ de Franki.  Una obra de esas que le hacen pasar a uno por toda una variada gama de sensaciones, con muchos matices.

    Del argumento no desvelaré nada; sólo diré que este cómic tiene todos los ingredientes de las buenas historias: sexo, política, marcianos y drogas. Y bien mezclados por unas manos hábiles.

    El apartado gráfico me encanta, con ese estilo mezcla entre cartoon desenfadado y cómic underground que va aumentando en calidad conforme avanzan los capítulos. Una GRAN obra épica de la que pronto (espero) conoceremos su final.

     

    Otra de las obras que más me han gustado de Exégesis es una historia corta que hicieron Blas Bigatti y Pedro Lobato. Quedé maravillado ante la simpleza y la fuerza de esta historia.

    En aquel entonces estaba trabajando con Blas en uno de tantos cómics y me enseñó esta historia antes de que se publicara en Exégesis, y creo recordar que sentí cierta envidia (sana) por no haber recibido yo ese guión. Me parece que fue la primera historia que leí dibujada por Pedro, y sencillamente él es perfecto para la historia (ahora entiendo por qué Blas se la dio a él y no a mí).

    Otro de los puntos fuertes de este cómic es su condición de historia muda, un reto más, hábilmente superado por estos dos grandes creadores de ficción.

     

    SOBRE NUESTRO CRÍTICO INVITADO

    Antonio HG (España, 1981) es un diseñador e ilustrador que destaca por su versatilidad, pues tan pronto realiza un relato absolutamente realista como una ilustración cargada de fantasía, consiguiendo siempre en sus cómics una atmósfera unificada que dota sin duda de coherencia a sus proyectos.

    Antonio llegó a Exégesis con el primer capítulo de ‘Max Ventura’, serie emblema de nuestra revista y a través de la cual es posible apreciar su tremendo desarrollo artístico en estos dos años de aventura exegesiana.

    Un total de veintidós trabajos en nuestra revista lo avalan como un dibujante prolífico y comprometido, pero ha llegado, incluso, a ponerse al guión del segundo capítulo de la serie ‘La cúpula de los Exégetas

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