Author Archives: Alex

  1. La baulera de Allmanzor: The abyss – James Cameron (1989)

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    Amigos exegesianos, en este número de la revista la baulera seguirá sumergida en las profundidades marinas, en las cuales ha habido muchas incursiones de la ciencia ficción a lo largo de la historia del cine. Así que prepárense para un descenso a los abismos.

    The abyss.  James Cameron. 1989.

    Tras llamar la atención con su primera película propia, Terminator, en 1984, y lograr una sorprendente continuación de Alien dos años después, el director canadiense James Cameron concibió una epopeya submarina rodada como nunca antes se había hecho. De la manera en que una mala decisión de producción estropeó el estreno comercial luego hablaremos.

    El argumento:

    En 1989, durante los últimos coletazos de la guerra fría, un submarino nuclear estadounidense sufre un encuentro con un extraño artefacto que afecta a sus sistemas y provoca su hundimiento a seiscientos metros de profundidad. La marina decide enviar una misión para rescatar posibles supervivientes, pero los únicos capacitados para operar en esos fondos marinos son un grupo de perforadores  petrolíferos civiles, capitaneados por un soberbio Ed Harris en el papel de Virgil «Bud» Brigman y la actriz Mary Elizabeth Mastrantonio como ingeniero y diseñadora de plataformas y bases submarinas. Tras ser convencidos para llevar a cabo el rescate, son obligados a aceptar a bordo a un grupo de buzos de la armada, los famosos Navy SEAL. La exploración del pecio hundido del submarino no revela la presencia de ningún superviviente, pero la enorme base submarina móvil de los protagonistas se ve obligada a permanecer en el lugar a causa de la llegada de un huracán que corta la comunicación con el buque de apoyo en superficie. Desde este momento, una serie de desastres técnicos afectan a la base sumergida, mientras el jefe de los buzos militares sufre efectos paranoicos provocados por su mala aclimatación a la profundidad. La aparición de los mismos artefactos que provocaron el hundimiento del submarino no hará más que complicar las cosas, momento en que el SEAL decide recuperar una de las cabezas nucleares del submarino para utilizarla contra los extraños. Se inicia así una lucha entre los protagonistas civiles y los militares, con el trasfondo de una civilización subacuática avanzada que aguarda pacíficamente en las profundidades abisales, ignorantes del peligro que les amenaza.

    Como nunca ha dejado de hacer a lo largo de su carrera, James Cameron aplicó sus estudios de ingeniería a la concepción de una tecnología subacuática plausible y descomunal. La mayoría de las escenas submarinas se rodaron en los gigantescos tanques de una central atómica inacabada y, por primera vez en la historia del cine, los actores decían sus diálogos realmente bajo el agua, con escafandras dotadas de radio.  La puesta en escena de equipos de respiración líquidos para operar a inmensas profundidades fue toda una novedad, cimentada en estudios reales llevados a cabo al respecto. Y hay un hecho de inflexión en el uso de los efectos especiales: durante una de las escenas, un brazo de agua enviado por los seres abisales (capaces de controlar el líquido a su plena voluntad) se introduce en la base y recorre los pasillos. Dicho efecto se consiguió con el uso de animación por computadora integrada en la imagen real. Pero el verdadero logro lo constituyó el hecho de que al contactar con los protagonistas, el agua adoptaba la forma de sus rostros para comunicarse con ellos. Era la primera vez que rostros humanos generados por computadora gesticulaban y tenían presencia en pantalla. Este poder sobre el agua es algo que al final de la película adquiere proporciones épicas, aunque el público de los cines no pudo disfrutar de ello…

    The abyss es una historia de aventuras, en la que se cuestiona la autoridad (como suele mostrar Cameron en sus obras) y que ofreció innovaciones técnicas realmente asombrosas. Escenas memorables como la demostración de la rata respirando oxigeno líquido o la asombrosa secuencia en la que el actor Ed Harris intenta reanimar a una ahogada Mary Elizabeth Mastrantonio bien valen tomarse la molestia de ver la película. Pero el film no tuvo mucha suerte en los cines, aunque fue nominada a tres Oscar y obtuvo el de mejores efectos visuales. El final era extraño. Muchos no llegaban a entenderlo. Faltaba algo…

    Y literalmente así era. En 1993, Cameron logró sacar a la venta el VHS con el montaje integro que la productora le había obligado a suprimir para su estreno en la gran pantalla. Dicho montaje ofrecía una media hora más de metraje, en la que por fin se podían ver unos acontecimientos finales que hacían encajar mejor la historia y en los que, a diferencia de la versión original en la que todo ocurre a nivel de los protagonistas, la humanidad entera se ve involucrada y se enfrenta a una situación crítica y extraordinaria. Resulta incomprensible que la productora mutilara así la película, provocando lógicamente su mal resultado en las salas. El estreno del montaje que el director propuso sin duda habría mejorado mucho la recaudación y la impresión que el público obtuvo. Pero está claro que Cameron en esa época aun no tenía el poder que le permitiría estrenar, ocho años después, su segunda aventura acuática con un montaje de tres horas y cuarto sin aceptar ningún corte…

    En resumidas cuentas: Abyss es una obra típica de su director. Acción, aventura y ciencia ficción, pero con su ya clásico perfeccionismo técnico. Todo esto, gustos aparte, hacen de James Cameron un director capaz de desmarcarse se otros de su tipo, habiendo creado obras dignas de hacer avanzar la técnica del cine, más allá de su acertada o no calidad artística. Si pueden, disfruten de la versión extendida de la película (lamentablemente muchas cadenas de televisión siguen emitiendo la versión mutilada) y recuerden que:
    “Ellos basan su civilización en el agua. ¡Controlan totalmente el agua!”

  2. La respuesta

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    Embalaron sus cosas en silencio, de forma ordenada, con el método de quien sabe que no va a volver y aún así desea preservarlas. No pretendían llevarse nada, su único objetivo era perpetuar la memoria de su paso por la existencia más allá de los siglos y los milenios, más allá de eones interminables. Y así procedieron a salvaguardar cada uno de sus recuerdos: Unas tinajas, quizás en ellas reposaban cenizas de difuntos, libros de enigmáticas plegarias, cuentas de cristal ardiente (rocío metalizado, desprendido como fina lluvia de la lunas que orbitaban alrededor de su mundo), cánticos conservados en frascos de roca fundida. Las mejores voces vagorianas estaban en esos frascos, arias de buen ritmo y mejor melodía que se habían ganado ese derecho a traspasar el umbral del tiempo que sólo las tonadas de exquisitos acordes logran alcanzar. El derecho a fundirse con el cenit de las galaxias, con el instante último en el cual el universo, en otro tiempo desbocado, moriría asfixiado por la inercia generada tras el fin del ímpetu que definió su inicio. Una vez ralentizado, inercial y a la deriva, el universo entero se pudriría en el dique seco de la inmovilidad; diluyéndose con la nada.

    Ese instante último que habría de dar forma a un Apocalipsis cosmológico, había llegado ya para los vagorianos; la especie estaba próxima a su fin y ellos lo sabían. En el pasado, aprovecharon su condición de pueblo floreciente para diseminarse por numerosos sistemas estelares. Amantes del arte y la ciencia, cultivaron la cultura allá donde fueron. Pero ya en los albores de su senectud orgánica, esa encrucijada biológica en la que toda especie debe enfrentarse a su extinción, empezaron a mostrarse inquietos. Una aflicción, un quebranto arropado con las calamidades del ansia empezó a extenderse entre la población. No querían desaparecer sin conocer la respuesta a esa gran pregunta: ¿Estaban solos en el Universo?, ¿existían otras inteligencias aparte de sus cultivadas y sesudas molleras?

    Al impulso de aquel quebranto, de aquel ansia, enviaron sondas al último rincón de la Galaxia y dispararon haces de radio en todas las frecuencias. Sus mensajes barrieron el espacio, la nada sideral, las abisales distancias cósmicas que helaban la imaginación y el entendimiento. Y en todos los mensajes se repetía la misma y angustiada pregunta: ¿Hay alguien?

    Por fin recibieron una respuesta, un comunicado breve y extraño: ¡apaguen esa radio!

    Los más eminentes sabios se reunieron en cónclave para tratar de dilucidar el significado del mensaje y, como quiera que no llegaran a ningún acuerdo, decidieron insistir en su elocuencia formulada en rayos electromagnéticos, alfa, beta y zeta. Todo el abecedario radiado.

    La siguiente respuesta llegó tras los milenios-luz correspondientes: ¡Apaguen esa puta radio!, ¡está interfiriendo en la emisión de nuestro partido de los domingos!

    Embalaron sus cosas en silencio: Unas tinajas, quizás en ellas reposaban cenizas de difuntos, libros de enigmáticas plegarias… y fueron a morir al lugar más recóndito del espacio, convencidos de que la única inteligencia del Universo había sido la suya.

  3. No hay tal lugar

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    No hay tal lugar

    (Publicado originalmente en NGC 3660)

    Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla.

    Franz Kafka

    Ante la Ley”

    I

    Érase en el…

    Mi albacea es un hombre mayor, pero no tanto como yo. Es un hombre exquisito, altivo y eficiente. Un ejecutivo todopoderoso del Presbiterio Tornasolado. Tiene un anotador en sus manos… no como el de Ruperto, que lógicamente dejó de funcionar: es apenas un pliego de hojas en el que vuelca mis memorias con la ayuda de una pluma. Yo lo miro, y miro la puerta que se recorta a sus espaldas, tal vez un poco abierta. Mi albacea no habla, sólo anota, y apenas responde con murmullos a mis achacosas arengas. “Soy necio”, me digo. “Pero esta vez, intentaré alguna otra cosa.” Mi albacea duda, porque yo he suspendido el curso del dictado. Me ve, me interroga; su sola visión me hace aún más pequeño. Está a punto de regañarme; pero entonces yo le pregunto por la puerta que se recorta a sus espaldas…

     

    II

    Érase en el pasado

    Me llamo Ismay. A mi derecha está Ruperto. A los dos de adelante apenas los conozco: nos fueron dados, en calidad de guías, por los agentes del Presbiterio Tornasolado, cuando apenas hubimos llegado.

    El vehículo, que por alguna extraña razón yo comando —sí, yo, el joven que atusa con la voluntad y el miedo, y el poco viento que sopla desde la Cañada Silente, el tosco velamen montado sobre rieles—, responde a la ecléctica descripción que sobre el mismo se me había adelantado: austero, algo arisco, presumiblemente anacrónico… ¿Anacrónico? ¿Pero qué significa esta expresión para los agentes del Presbiterio Tornasolado, quienes a fuerza de indagar en los misterios del tiempo —primero con la mente y luego en los sueños, y luego en los márgenes de ese otro sueño que llamamos realidad—, terminaron por dominar el arte de los viajes transtemporales?

    Uno de los guías —creo haber dicho ya que eran dos: el del bombín y el afeminado de las faldas— me señaló con un dedo saturado de anillos una lejana ciudad. “Parece un cristal pintado”, recuerdo que me dijo Ruperto. La ciudad, que descubrió sus contornos agudos al promediar el último vigor de las dunas inquebrantables, era uno de los siete ingenios urbanos que la fe en el Tornasol había erigido en honor a Fajwin Ta`j de Lok, místico-científico que, vuelto de las profundidades de una fase REM químicamente inducida, había asido en los límites de su intelecto la naturaleza vedada del séptimo color del Heptaespectro. Como en las imágenes con movimiento del cinematógrafo —nunca olvidaré mi breve estadía en París, poco antes de que los agentes del Presbiterio me abdujeran, cuando mi padre me invitó a ver la milagrosa invención de los Lumière—, como ocurre en el cinematógrafo, digo, la imagen faustuosa de la Séptima Urbe se desvaneció tras una sibilante cortina de arena, para reaparecer posteriormente —suplicaba que mis ojos dejaran ya de llorar gotas ardidas— en la forma de una puerta de tenor imperial, por esas horas celosamente custodiada.

    Un guardián, de hermoso aspecto, impuso su mano abierta y se detuvo ante nuestro transporte. Era un hombre corpulento, pero armónico, de suave y decidida mirada. A su lado, el de las faldas parecía pequeño, anciano, reducido a una diminuta ruina con un interrogante en el rostro. El del bombín descendió del automóvil, ensayó una cabriola y miró al magnífico guardián. Éste no lo dudó: levantó su bastón de energía y presionó el gatillo. Una nube de partículas dejó al bombín solo y sin dueño. El de las faldas tosió para llamar la atención del Ejecutor de la Ley.

    Debemos pasar —masculló.

    Esperaba que lo pidiera, Su Excelencia —respondió con parsimonia el interpelado—. Esta puerta está aquí sólo para ustedes —sentenció finalmente, al tiempo que dedicaba un gesto de aprobación al resto de la comitiva.

    Cruzamos el umbral y dejamos atrás al guardián, sólo para enfrentarnos a otras tantas puertas y otros tantos guardianes, tan bellos como el primero pero sistemáticamente más fieros e implacables. La última etapa de nuestro viaje culminó en el interior de una sala oblonga, voluptuosamente decorada con espejos, en cuyo centro se levantaba una monstruosa tarima arbórea, rematada en su ápice por un trono de ébano. El de las faldas descendió del vehículo y, desentendiéndose de nosotros, dirigió sus pasos hacia la torva elevación, mientras yo me dedicaba a arriar el velamen y Ruperto tomaba notas en su libro con botones. Cuando el diminuto guía llegó a la cúspide de su meta, volteó, y yo no pude evitar lanzar un grito de espanto, que fue sabiamente apaciguado por mi compañero. El de las faldas se había despojado de su cabellera de rizos, para descubrir en su lugar una calva cabeza y un rostro castigado por los años. Pero lo más terrible de todo, lo que aún hoy me persigue en mis pesadillas de anciano y hace temblar mi voz mientras dicto estas líneas a mi albacea, es la terrible visión que me infundieron las dos cuencas vacías —siniestramente repetidas por los espejos de la sala— que nos observaban imposiblemente desde el cráneo despojado.

    Soy Fajwin Ta`j de Lok —dijo el de las faldas, mientras tomaba asiento en el trono de ébano—. En este momento estoy soñando que me hallo en una sala oblonga, saturada de espejos, y que he sido conducido hasta aquí por ustedes, a través de un infinito corredor de fatigosas puertas, con el imperioso objetivo de que se me revele el secreto del Séptimo Color Impronunciable. —El entronizado adoptó una posición más distendida—. ¿Son ustedes acaso los guardianes que custodian la última de las puertas, la que me franqueará el paso a la verdad silenciada? —Una sonrisa negra dibujaron los labios torcidos que nos hablaban—. Sólo una cosa querría preguntarles antes de proceder… —El de las faldas se adelantó, inclinándose, y sus múltiples dobles especulares lo imitaron hasta el hastío—. ¡Responded! Si todos aspiramos a la Verdad, ¿por qué he sido yo el único que ha llegado hasta este lugar?

    ¿Qué palabras debo utilizar ahora para describir lo que en ese momento nos tocó presenciar a Ruperto y a mí? Porque ni bien acabó nuestro interlocutor con su interrogatorio, unas formas sin sombra, aladas algunas de ellas, se desprendieron del corazón de la tarima ramificada y, ya sea reptando, ya volando, se dirigieron con la premura del destino hacia el trono de ébano, donde finalmente se abalanzaron sobre la pequeña figura, que pronto se debatió bajo cóncavas garras y dientes prístinos que la sacudían y la rompían, tironeándola tosca y depravadamente.

    Ruperto cerró su libro eléctrico y lo guardó a la velocidad del rayo en su estuche. Me miró desesperadamente, y me lo confió, con la silenciosa pero sabia angustia de aquel que se sabe pronto a morir.

    Contiene lo que hemos vivido, Ismay: todos los lugares y todos los tiempos que hemos recorrido. ¡Quédatelo!

    Traté de decirle, de recordarle que pertenecíamos a siglos diferentes, que los agentes del Presbiterio nos habían reclamado en épocas disímiles, que no sabría cómo utilizar el ingenio eléctrico que me legaba…

    Sujeté su rostro entre mis manos y lo besé… Hoy tendría treinta años, o doscientos, o dieciocho, como entonces… ¿Pero qué significa esto para un agente del Presbiterio Tornasolado, como lo soy yo ahora… o como lo fui…?

    I

    futuro

    Mi albacea es un hombre mayor, pero no tanto como yo. Es un hombre exquisito, altivo y eficiente. Un ejecutivo todopoderoso del Presbiterio Tornasolado. Tiene un anotador en sus manos… no como el de Ruperto, que lógicamente dejó de funcionar: es apenas un pliego de hojas en el que vuelca mis memorias con la ayuda de una pluma. Yo lo miro —miro a mi albacea sentado sobre su alto estrado—, y miro la puerta que se recorta a sus espaldas, tal vez un poco abierta. Mi albacea no habla, sólo anota, y apenas responde con murmullos a mis achacosas arengas. “Soy necio”, me digo. “Pero esta vez, intentaré alguna otra cosa.” Mi albacea duda —la pluma permanece yerta en su mano perita—, porque yo he suspendido el curso del dictado. Me ve, me interroga; su sola visión me hace aún más pequeño. Está a punto de regañarme; pero entonces yo le pregunto por la puerta, le pido me revele el secreto que se esconde detrás de ella… Mi albacea me ve —la pluma juega ahora entre sus dedos como el péndulo de un reloj—, y ve la puerta a sus espaldas. Entonces se incorpora, se dirige a la puerta y, con una mirada indescifrable, se apoya sobre ella y la hace girar sobre sus goznes, cerrándola para siempre.

     

  4. Colapso – Capítulo 10

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    10-AKIRA Y EL SEÑOR SOLANKI.

    Por su puesto, afuera está lloviendo.

    Y dentro del teatro en el que Akira y el señor Solanki están jugando la partida de ajedrez, también. El color púrpura que dominaba el entorno recién estrenado se está desvaneciendo.

    Fundido a gris.

    Un teatro, la historia dentro de la historia, el juego de las muñecas rusas.

    Akira está perdiendo la partida entre el desconcierto que le produce la lluvia que ya cae con fuerza sobre los dos jugadores y las dudas sobre las posibles respuestas a las preguntas que está haciendo a su cliente.

    -Sí, señor Solanki, ¿por qué ocurre lo que ocurre? ¿cuándo empezó todo esto, y por qué? ¿Son esas las preguntas adecuadas?

    Solanki juega al ataque, Akira tan sólo se defiende. Akira sabe que está a punto de escuchar ciertas respuestas que van a significar mucho en su modo de ver el mundo, un mundo al que sospecha que le queda muy poco tiempo.

    -Supongo que son las preguntas adecuadas, voy a intentar ser lo más exacto posible.

    Ruido de lluvia.

    Tan sólo se oye el ruido del agua, una especie de ruido blanco constante que se va convirtiendo en un zumbido insoportable.

    Hijo, si tu pregunta es “¿cuándo?”, es algo complicado situarlo en la línea del tiempo. Técnicamente hablando, todo empezó en el momento en que se imprimió el primer papel moneda.

    El señor Solanki mira fijamente a sus piezas de ajedrez mientras piensa en lo que está diciendo, el rigor en sus afirmaciones es algo muy importante. Por eso rectifica:

    -O quizá mucho antes, quizá todo empezó cuando el primer ser humano fue capaz de crear una metáfora. El papel moneda era una metáfora del valor real de las cosas.

    Entonces el señor Solanki mueve horizontalmente una de las torres.

    -Jaque.

    El chico mueve sus ojos del tablero a su contrincante y de su contrincante al tablero. Mirada alterna.

    -No creía que hubiera que remontarse tan atrás. El ser humano siempre ha sido capaz de crear metáforas, señor. Eso está implícito en la condición humana.

    Akira mueve su rey y lo esconde detrás de uno de sus peones. Juego defensivo.

    El escenario empieza a estar encharcado. Los pies de los dos jugadores se están empezando a empapar. El agua está fría.

    -Entonces, amigo, seguramente el fin que estamos experimentando estaba implícito en el principio del ser humano como tal, prácticamente desde que desarrolló el sistema nervioso y la capacidad cerebral que caracterizaba a la raza humana, unos sistemas demasiado desarrollados como para tan sólo cubrir las necesidades de la supervivencia animal.

    Solanki adelanta la torre que había hecho servir en el movimiento anterior. Y prosigue:

    -Gracias a la actividad simbólica del cerebro, el hombre empezó a crear un segundo universo que se adaptaba mejor a sus nuevas necesidades. ¿Cuándo se creó la primera metáfora? Los números ya eran metáforas del mundo real, la matemática ha sido la forma en la que el hombre ha intentado comprender o interpretar el mundo, la matemática ha sido siempre la forma por excelencia de crear metáforas del mundo físico. El hombre siempre ha querido reducir la vida a una mecánica cuantitativa y metafórica para eliminar el misterio de la vida, y la matemática ha sido siempre el método infalible.

    Akira empieza a comprender que el señor Solanki le está hablando del fin. Entonces es cierto. Desde que empezó a llover había sospechado que el problema era serio. Lo que le pasó en las montañas de Asahi-Dake no fue un simple fallo del sistema. Pero lo que Solanki le está explicando es algo más profundo. Esta no es la explicación que se esperaba. La matemática no puede ser la culpable de todo.

    -Señor Solaki, de momento la matemática permanece. Sin la matemática no hay nada- dice mientras adelanta en forma de L uno de sus caballos- Su turno.

    Como si ya supiera hace siglos cuál iba a ser su próximo movimiento, Solanki mueve en horizontal su reina, convirtiéndola en su pieza más letal.

    -Akira, la matemática es un engaño. Sólo una parte infinitesimal de la vida es reducible a una magnitud matemática. La forma, el color, las emociones, los sentimientos, los sueños, no pueden resolverse con una simple ecuación matemática, ni convertirse en una metáfora geométrica sin eliminar una gran parte de la experiencia de la vida, y eso es lo que ha intentado el hombre desde que es hombre. Y cuando se dio cuenta de ello, cuando el hombre se dio cuenta de que la comprensión total del mundo era imposible, entonces empezó a construir un mundo fácilmente convertible en una gran metáfora, un mundo creado a partir de la simulación. Te toca mover.

    Akira está totalmente desconcertado. Con cuatro movimientos Solanki ya ha amenazado a su rey, y a la vez, le está explicando cómo se desmonta el Universo.

    -¿Se refiere a que este mundo creado sintéticamente no se creó para salvar a la Humanidad, sino que ha sido un intento de simulación del mundo real para adecuarlo al gusto del hombre?

    Akira mueve otro de sus peones. Tiene que abrir sus piezas, a costa de tener que ceder en defensa.

    -De ninguna manera. No me refería a este mundo sintético. Mucho antes que todo esto existiera, mucho antes del Volcado, el poder siempre ha ido encaminado a convertir al hombre en un sencillo espectador de la gran metáfora matemática, en un engranaje más de una gran máquina, con una tecnología unilateral, primero en las fábricas y en los ejércitos, y luego adiestrándole mediante un sistema de recompensas llamado crédito, para que el hombre adiestrado tuviera acceso total a los bienes de consumo.

    Crédito. Akira estaba convencido desde el principio de que era el sistema económico lo que había empezado a fallar. Pero el sistema económico es lo que abarca todo, es la base sobre la que se creó el nuevo mundo, un sistema autoalimentado y supuestamente infalible.

    -Ha pronunciado usted la palabra clave, ¿no? Crédito. El factor económico, entonces, es una de las causas. Su turno.

    Solanki vuelve a mover la torre en ataque directo al rey contrario.

    -No, el factor económico es el fin de esta historia. Estamos en el principio de la historia. Te explico todo esto para que entiendas que el fin que se acerca es inherente a la aparición del ser humano. El Volcado es el último paso hacia el fin. Antes se tuvo que producir la mecanización del mundo, y después de la mecanización, la informatización. Y más tarde, el acceso del ciudadado de a pie a la informática, el paso definitivo. En ese momento se pensó que era la puerta hacia la libertad, hacia la independencia de los poderosos, pero no fue así. Tú no habías nacido cuando el mundo definitivamente quedó sujeto a la gran máquina, cuando fue posible la conexión en red de todas las máquinas para crear una sola, una poderosa arma de la que pronto se adueñó el poder. La máquina engulló a las máquinas.

    -Señor Solanki, le repito que no había alternativa al Volcado.

    No sabe si es por el frio que entra en su cuerpo por culpa del agua que les llega ya a la altura de las rodillas, o si es porque está perdiendo la partida, pero Akira empieza a sentir un desasosiego que le recuerda a sus días de adolescencia, cuando toda su inseguridad se traducía en un sentimiento de víctima de la sociedad. Aunque nunca llegó al extremo de encerrarse en su habitación perpetuamente como habían hecho algunos amigos suyos, renunciando a relacionarse con el mundo exterior, incluso a ingerir alimentos, constantemente sentía la necesidad de escapar en una nave espacial lo más lejos posible del ensordecedor mundo de los adultos.

    Tiempos difíciles.

    Como ahora.

    Sin embargo, el señor Solanki sigue disfrutando de su pequeña batalla bajo la lluvia, batalla que está a punto de ganar.

    -Cierto, chico, no había otra opción, pero con el Volcado, el hombre se convirtió en una metáfora de sí mismo, el estado metafórico puro, el siguiente paso de la evolución, una simple y supuestamente perfecta representación de sí mismo. Después de representar toda la naturaleza, tan sólo faltaba representarse a sí mismo. ARK quiso fabricar el hombre perfecto extirpádole la complejidad orgánica, mediante la abstracción, reduciendo el intelecto a una simple serie de ceros y unos. ¿No mueves?

    El frío está calando profundo en Akira, el agua cae cada vez con más fuerza, casi no puede ver a su cliente. Pero todavía puede pensar con claridad.

    -Estoy pensando, señor Solanki. Necesito un poco de tiempo.

    La presión psicológica es el arma más importante en el ajedrez.

    -Casi no hay tiempo, hijo. Vamos a ahogarnos si no te das prisa.

    La presión psicológica es el peor enemigo en el ajedrez.

    -Por favor, no me presione, yo también tengo ganas de acabar. Señor Solanki, volvamos a lo que me estaba explicado. Yo ya me di cuenta hace mucho tiempo de que el Volcado no fue todo lo perfecto que pretendía ser.

    Akira era sólo un adolescente cuando empezo a oír hablar del Volcado. No le dio tiempo a madurar. Fue un adulto prematuro. Programaba desde los seis años. Fue un programador precoz. A los diecisiete, ARK le contrató como programador para su nuevo proyecto, el proceso por el cual la transhumanización (como ellos llamaban a su gran aportación a la evolución humana) iba a ser posible. Buenas condiciones de trabajo y la adquisición de los servicios de forma gratuita.

    Akira mueve su otro álfil.

    -Akira, hijo, tú te diste cuenta porque eres especial, a ti te regalaron el Volcado por tus capacidades intelectuales y tus dotes para la programación. Pero el resto no sabe nada, son como ratas de laboratorio, ARK ha querido empezar de nuevo la evolución inorgánica en un laboratorio, dando a sus ratas un alucinógeno adictivo y autodestructivo.

    El chico sabe a qué se refiere su cliente

    -El dinero.

    -Exacto, el dinero. Ycomo consecuencia, el ocio. Como cualquier droga administrada, el ocio y el dinero son obligatorios en esta especie de caja de muñecas, en la que no entra ni el pasado ni el futuro, un extraño remanso estático del tiempo.

    En el momento del Volcado Akira tenía veintiocho años. Ahora tiene veintiocho años. Nadie sabe muy bien cuánto tiempo ha pasado desde el Volcado. Cuánto tiempo real. Según el cómputo oficial, han pasado cuarenta y tres años. Pero él sigue teniendo veintiocho años. Ese fue el trato. No envejecer, mantener la edad en el momento del Volcado. La vida eterna. El problema energético estaba resuelto, o al menos, eso fue lo que ARK prometió. Lo que ARK vendió a sus clientes.

    -Señor Solanki, todo el mundo quería una vida sin esfuerzo, sin exigencias, físicamente mimada, es lo que elegimos.

    Y entonces Akira piensa que en realidad, él no lo eligió. Él lo recibió como un incentivo profesional. Pero no había opción. Era eso o morir en unos pocos años.

    -No lo escogimos, Akira, era un destino que se impuso como única alternativa a la vida orgánica, dejando a un lado el hecho de que la abstracción y el muestreo no son medios satisfactorios para eliminar el factor humano, ya que los mismos mecanismos ideados para tal fin son meramente subjetivos, es decir, provenían de un cerebro humano orgánico, o de varios, con sus defectos, sus problemas de funcionamiento, sus altibajos, que siempre influyeron en la percepción y la definición de conceptos. Esos mismos cerebros imperfectos quisieron eliminar la imaginación y las facultades morales, ya que eran una especie de parásito que había que eliminar, para hacerlo dependiente de un sistema económico demasiado rígido, y que ahora se viene abajo.

    Solanki mueve su reina hasta la casilla contigua al rey de las negras.

    Akira entones se acuerda de Trent. Él también se da cuenta de lo que está pasando. Trent no es parte del resto. Trent también tiene ciertos contactos y una capacidad de síntesis asombrosa. La necesidad de encontrarse con Trent lo antes posible se convierte en una prioridad en la cabeza de Akira. Y también tiene que verse rápidamente con Miyako. Hace tiempo que no la ve, ha estado demasiado ocupado en programar entornos sin sentido para mentes vacías. Akira ha estado perdiendo el tiempo.

    -Jaque mate.

    El agua de la lluvia llega a la altura de sus cabezas. Sigue lloviendo con fuerza en el escenario que Akira ha programado para el señor Solanki. Akira pierde. Solanki gana.

    El rey de las negras cae, describe un círculo en el que el centro es la base y el perímetro es la cruz, y desaparece.

    Hace frío.

    -Señor, todo esto que me explica me suena a aquellas teorías sobre conspiraciones que han existido siempre.

    -Sólo tienes que mirar a tu alrededor. ¿Crees que lo que te explico es una teoría de chiflados? Estás a punto de ahogarte. Eso es un hecho. Mira lo que pasa. ARK cree que domina el sistema, pero en realidad es el sistema el que acabará dominándole. El mundo va a quedar anegado por esta maldita lluvia.

    Akira piensa de inmediato que todo se acaba. El agua les cubre la cabeza, están sumergidos completamente en la lluvia fría y gris. Pero puede seguir pensando con claridad, y puede incluso hablar:

    -¿Hay alguna solución para detenerlo?

    El señor Solaki agarra por el brazo a Akira para sacarlo de la estancia inundada en la que se ha convertido el teatro en el que estaban.

    Consiguen salir fuera, en la calle sigue lloviendo con fuerza, pero pueden desplazarse y guarecerse de la lluvia en el patio de un edificio que da la sensación que se está cayendo sobre sí mismo.

    -Aquí estamos a salvo. Me temo que es irreversible, la única solución de supervivencia sería volver a la forma corpórea, biológica, aunque parezca una locura. Volver a empezar, aunque seguramente el ciclo se repetirá en unos pocos cientos de años, o incluso menos.

    -Señor Solanki, es imposible volver a la forma corpórea. Una vez se realizó el Volcado firmamos un documento en el que…

    -¿Me hablas de papeles? ¿Qué es un papel comparado con la vida?

    Akira intenta recordar el día que conoció a su cliente. Pero el frío y la humedad no le dejan recordar con claridad. ¿O acaso no lo recuerda porque nunca se han conocido? ¿Podría ser que se conozcan desde siempre?

    -Señor Solanki, ¿me dirá un día quién es usted?

    El señor Solanki está mirando fijamente a Akira. Solo se oye la lluvia.

    -Debo irme, tengo cosas que hacer, si quieres seguimos hablando otro día.

    El señor Solanki se da la vuelta y empieza a caminar. Cuando ya está fuera del patio del edificio, donde la lluvia está encharcando el mundo, vuelve sobre sí mismo.

    -Esa no es la cuestión, hijo. La cuestión es quién eres tú. Debes aprender a hacer las preguntas correctas.

    Akira está helado de frío. Ve cómo su cliente se aleja fundiéndose con el gris de la lluvia y el resto del paisaje, hasta que desaparece.

    Ahora sólo queda el ruido del agua que repiquetea en el techo de plástico del patio. Un ruido que se hace cada vez más insoportable.

    Debe irse de allí antes de que sea engullido por la aburrida y a la vez aturdidora sucesión de ceros y unos en los que se ha convertido su vida desde el momento en que empezó la conversación que acaba de tener con el señor Solanki.